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Francesc-Marc Álvaro | Jordi Pujol – Emboscat en si mateix
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01 oct 2000 Jordi Pujol – Emboscat en si mateix

El Parlament de Catalunya celebra esta próxima semana el debate de política general que abre el curso. El presidente de la Generalitat afronta la cita con más incógnitas que nunca hasta ahora. Atornillado por el Gobierno del PP en Madrid y sin apoyos estables en la Cámara catalana, presentará la batalla de la financiación como bandera. Pujol debe afrontar también los retos pendientes en el seno de su coalición y partido. El debate sucesorio y las pugnas entre sectores convierten la recta final del líder de CiU en un camino angosto y tortuoso.

Es un día muy caluroso de finales de este último agosto en la Diagonal barcelonesa. En el Hospital de Barcelona, en la habitación 1304, un hombre sostiene la mano de otro hombre. El paciente, encamado, apenas puede hablar y sólo mueve la cabeza en respuesta a las preguntas del visitante: –¿Me conoces, Ramon? Al visitante, un hombre poco afectuoso y acostumbrado a la disciplina, parece que se le humedecen los ojos. Esta no es la máscara cotidiana de Jordi Pujol. Paradoja. Tiene que ser la vecindad de la muerte de un colaborador lo que brinde un respiro al personaje del político de 70 años que, desde hace 20, ocupa la presidencia de la Generalitat de Cataluña. A los pocos días, fallece Ramon Juncosa Ferret, director general de Avaluació i Estudis del Departament de Presidència.

El líder de CiU no sabe cuándo volverá a tener ocasión de aflojarse un poco por dentro. La nueva temporada política tiene muchos puntos para ser la peor de todas. Pujol presenció la dura fase terminal de uno de sus colaboradores más eficaces. Era un hombre más joven que él y compartían la pasión por Cataluña y por la política. Los paralelismos se le hicieron inevitables. La expresión “fase terminal” aplicada, por Josep Piqué y otros, a su carrera política y a su proyecto, le saca de quicio como pocas cosas. Quizás porque Pujol sigue siendo, al comienzo del segundo curso de esta su sexta legislatura, un creyente a prueba de todo, incluso de su impericia para priorizar y decidir a tiempo. A decir de gente que le conoce bien, “Pujol es, sobre todo, un creyente de sí mismo”. Más que de Cataluña. Y mucho más, claro, que de su partido y su coalición.

A Cataluña, Pujol la pensó hace muchos años, antes que ninguno de los que luego deberían competir con él para gobernarla. Esa fue y ha sido, su enorme ventaja. Ahora, las preguntas se acumulan en su mesa: –President, ¿qué hacemos con esto? Y el president descubre, desconcertado y con gusto de ceniza en el paladar, que Cataluña debería volver a pensarse. Urgentemente. Entre la llamada de un alcalde y una cita con el último político europeo de moda. Pero él ya no tiene tiempo de hacerlo. O ganas. Y, entonces, es como si estirase la goma de su sueño hasta que, un día, se rompa. Mientras, para llenar los tiempos muertos, habla de valores y busca en el viejo baúl de las grandes palabras algo donde colgar su oferta, ante un mundo y una gente que le han mudado de golpe. Pero los que le escuchan creen haberlo escuchado ya todo. A él, como un tardío ventrílocuo de sí mismo, también le parece que todos los chistes son ya de segunda mano. –Si yo fuera un corredor de comercio –aseguró el pasado día 19 en una conferencia en la Pedrera– que lleva una maleta que es Cataluña, diría que vamos bien.

A menudo, ya no mira a sus auditorios. Se abstrae tanto que queda atrapado entre su sombra y sus notas. A veces, parece desdén, a veces semeja el monólogo de alguien que, tras mirarse al espejo, no supiera exactamente de qué tiempo y de qué lugar se conoce. Sus buenas intuiciones, su sentido de la anticipación, su interpretación ajustada del momento histórico, todo este software de las victorias ha perdido velocidad y ha sido invadido por una creciente perplejidad. En los aledaños de su universo, alguien señala la causa que es efecto a la vez: “Pujol no entiende que más pronto que tar-de está llegando su punto final político, en medio de una gran confusión que él mismo ha generado”. Entre los que aspiran a sucederle, Pujol no apuesta íntimamente por nadie. Aunque ha bendecido a Mas, no le reconoce calado. De Duran Lleida nunca se ha fiado. La coalición es una ingeniería por resolver que le parece ya ininteligible y su partido, una pura gerencia para que el futuro no sea totalmente imperfecto. Acaso un despacho para el día después, en que reine por encima de la nostalgia. En el próximo XI congreso de CDC deberá poner en orden, al menos, las apariencias. Durante las reuniones con sus generales deja caer, últimamente, una frase que les hiela: –Yo tengo más confianza en el futuro que algunos de vosotros. Y los congregados bajan la cabeza y carraspean. Liebre de su propia carrera, Pujol sería capaz de nombrar sucesora a su sombra. La primera semana de agosto, Pujol efectuó llamadas telefónicas, desde Queralbs, a varios dirigentes de CiU. Allí se aburre: –Si hay entrevistas de verano, no quiero ni una palabra sobre sucesión y sucesores, nada de todo esto.

Nadie espera que el tapado sea él mismo, aunque Jordi Pujol juega a mantener la ambigüedad. Son muchos más los que intentan quitarle de la cabeza la idea de repetir que aquellos que le animan, aunque éstos conocen el mal igual que los otros: “El único peligro es que, seguramente, perdería”.

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