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Francesc-Marc Álvaro | Martín de Riquer, Médium del proper país
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05 nov 2000 Martín de Riquer, Médium del proper país

Es uno de los grandes romanistas reconocidos internacionalmente, con una obra ingente de investigación que marca un antes y un después en los estudios sobre literatura medieval castellana, catalana y provenzal. Riquer obtuvo esta semana el premio de las Letras Españolas, que concede el Ministerio de Cultura. A sus 86 años sigue trabajando infatigable en la recuperación de la memoria literaria de una época que está en nuestro imaginario, aunque no lo sepamos. Su pasión por las letras es una celebración feliz de la vida.

Un autor anónimo escribió, en pleno siglo XIV en Cataluña, un paródico libro de aforismos y consejos que ha llegado a nuestros días con el título de “Llibre de tres”. En este divertido volumen, hay una máxima que parece escrita precisamente para el hombre que ha recuperado este texto y lo ha puesto al alcance del lector apresurado del siglo XXI: “Tres coses fa hom savi: molt viure, molt llegir e molt sercar del món”. El sabio –aunque él rechaza el calificativo– es Martín de Riquer, polifacético investigador de las literaturas medievales castellana, catalana, provenzal y francesa, uno de los últimos humanistas auténticos de nuestro tiempo. Riquer ha vivido también fuera de la biblioteca y las aulas, ha leído y lee incansablemente autores de todas las épocas, y ha buscado en el mundo aquellos destellos del espíritu dignos de ser rememorados. A decir de sus amigos, no ha creado fronteras entre las letras y la vida, al contrario. Ha llegado a la fusión perfecta de todo lo que sabe y de todo lo que ha experimentado. Por eso no casan con su actitud los estrechos epítetos de “erudito”,“estudioso” o “especialista”. Llamémosle médium. Como afirman sus discípulos, “Riquer ha construido su personalidad a partir de un diálogo inteligente con los muertos, para enriquecer a los vivos”.

Estos muertos son los trovadores, los cronistas, los poetas, los caballeros andantes, los reyes, los santos, los pensadores de la edad media. Una época que el tópico vulgar despacha con los falaces adjetivos de “oscura y triste”, Riquer ha explicado a quien ha querido atenderle, con rigor y amarrado siempre a las pruebas documentales, que el medioevo fue un país más cercano al hombre de hoy de lo que parece, lleno de luces y de vida, de sueños y de belleza. De este pasado ha ido extrayendo tesoros literarios que ha sabido leer en su contexto y acercar a la sensibilidad contemporánea.

En tesis, manuales, ensayos ymonografías que son ejemplo de prosa límpida, y en clases apasionantes durante muchas décadas. Cuando Riquer hablaba ante sus alumnos, empezaba un viaje sorprendente a caballo de la historia, los libros y las emociones. Eran viajes con centenares de agujeros negros que conectaban ideas y nombres de épocas distintas para tejer una visión completa, audaz, original, universal, de cualquier asunto. Apenas un breve papel con algunos ítems servía al profesor para hilvanar, siempre con amenidad, su recorrido.

“Los que buscábamos entender el misterio de la literatura y del arte asistíamos entusiasmados a este espectáculo –confiesa uno de aquellos estudiantes–, mientras los que sólo querían apuntes con meros datos para pasar el examen se perdían irremediablemente.”

La amenidad ha sido una constante que Riquer ha añadido a su quehacer. No por cortesía en el discurso, más bien por un profundo talante moral que ha amalgamado un celebrado sentido del humor con la lucidez, y que ha desterrado el pecado de la vanidad intelectual, convirtiéndola en un orgullo distanciado y elegante. Ha sido inalterable su convencimiento de que la llamada alta cultura podía interesar a un público amplio si se sabía transmitir, y toda su carrera ha sido fiel a este programa.

Anida en él todavía el joven anticonvencional y vanguardista que fue amigo de J.V. Foix, quizás por eso guarda en vídeo todos los filmes de los Hermanos Marx, que le encantan tanto como los helados. Religioso sin aditamentos, amigo generoso de sus amigos, a veces aparentemente áspero y cordial a la vez, no ha querido nunca que sus discípulos sean sus clónicos.

En plenos años setenta de contestación universitaria, una alumna le espetó: –Usted es un instrumento de la burguesía. –Mire, señorita –le replicó sonriendo Riquer–, esto es imposible, porque yo soy miembro de la aristocracia. De luenga familia noble, que él ha retratado en un libro subyugador, editado como muchos de sus títulos por Quaderns Crema, el Riquer civil ha vivido tantos convulsos conflictos como todos los ciudadanos de su tiempo. Catalán de los que pasó a Burgos durante la Guerra Civil, hizo la guerra en el Ejército de Franco. Su prestigio académico y personal en años de persecución de la cultura catalana le permitió desarrollar, sin estorbos y dentro de la Universitat de Barcelona, una labor que se ha demostrado esencial para salvar la memoria de Cataluña. Así lo certificó Espriu: “Riquer ha prestado un servicio inmenso a la cultura catalana, en catalán, en castellano, o en otras de las muchas lenguas que sabe”. En 1977 fue senador por designación real, cargo que no rechazó porque se lo pedía Juan Carlos I, a quien había tenido como alumno. Pero Riquer ha declarado insistentemente que no le gusta ni entiende de política.

Fiel a su pipa, a su whisky, a sus libros y a sus amigos, Riquer sigue cabalgando por su nebuloso país de castillos, donde hasta los fieros dragones le ceden el paso.

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