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Francesc-Marc Álvaro | Artur Mas. La corda del rellotge suís
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12 nov 2000 Artur Mas. La corda del rellotge suís

A sus 44 años accede al cargo de secretario general de CDC en este XI congreso de su partido. Artur Mas i Gavarro, economista que llegó a la política por los carriles suaves de la Administración, se ha convertido en el sucesor oficioso de Jordi Pujol para la carrera a la presidencia catalana. Conseller de Economia y portavoz del Govern, asume hoy una tarea que no parece fácil. Se espera de él que sepa recoger, administrar y proyectar hacia el futuro la herencia del catalanismo mayoritario. Ya no tendrá tiempo de navegar. No existe nadie que eche basura sobre el conseller, ni siquiera sus enemigos ¿Estaría en CDC de haber prosperado su noviazgo con una García–Valdecasas?

El televisor del despacho principal de la Conselleria d’Economia de la Generalitat emite, a medio volumen, los noticiarios de primera hora de la tarde. Sentado a la mesa redonda, almuerza en solitario un hombre que, durante todo el día, aparece con pinta de recién duchado. Come algo de verdura y pan con tomate, nada más. No puede ser más austero. Cuando la agenda se lo permite, se toma un mediodía de descompresión. Ha ordenado que no le pasen llamadas y se dedica a revisar algunos dossiers con las noticias como hilo musical. A eso de las cuatro y media, su jefe de gabinete le saca de este particular relajo. Unos le llaman Artur y otros Ártur, como si hubiera nacido en el profundo Tennessee de su admirado Gore. Aquí todos se dirigen a él por el cargo: “Conseller, la rueda de prensa”.

Y Artur Mas se levanta de la silla con una disciplina pasmosa, naturalizada sin rudeza en sus gestos, se pone la americana y se dirige hacia la sala donde le aguarda un atril en el que se puede leer claramente: “Portaveu del Govern”. Es el delfín oficioso y ya casi oficial de Jordi Pujol. Cuando entró a trabajar en el Departament de Comerç, Consum i Turisme de la Generalitat, con 26 años, poco podía imaginar que le tocaría la panoplia completa de heredero del líder de CiU. No fue hasta cinco años más tarde, en 1987, que se dio de alta en CDC, cuando ya la esfera institucional había transformado su inadvertido catalanismo familiar en una inusitada vocación. Dirigió el Copca, un organismo que luego pilotó Anna Birulés, en un territorio por donde pasó también Josep Piqué. ¿Qué le salvó de ser atraído luego por el PP? La marca doméstica y quizás el haber conocido a varios hijos de Pujol cuando trabajó en el holding Tipel. Tampoco sabremos nunca qué hubiera pasado en lo político si hubiera prosperado su juvenil noviazgo con una hermana de Julia García-Valdecasas, actual delegada del Gobierno central en Cataluña. El padre de Mas, holgado copropietario de una fábrica de ascensores, sabía que su hijo era listo, pero no adivinó que subiría tanto y tan rápido.

El estilo y el control de los tiempos convierten a Mas en un reloj suizo clásico y fiable. Su estilo, chapado de previsible convencionalidad y mecánica cortesía, le recorta en la postal perfecta de político profesional estándar. Cuando sus asesores le advierten del exceso de sonrisa y pose perpetuas, responde como las folklóricas: “Yo soy así”. Sus colaboradores y él mismo alimentan la leyenda de un personaje extremadamente hábil en la administración del tiempo. Según esta imagen, Mas ha planificado todos sus movimientos y ha regulado todas las intensidades de su protagonismo, desde 1998 por lo menos. Por ejemplo, antes casi no tomaba la palabra en las reuniones de la dirección de CDC y ahora se pronuncia siempre. Otros, en cambio, indican que Mas se ha limitado a saltar diligente a los escaques que le ha indicado Pujol en cada momento. Sea como sea, el nuevo secretario general de CDC y candidato tácito a la presidencia de la Generalitat se encuentra representando un papel de lujo. El que algunos barones de la generación fundacional del pujolismo soñaron para sí. Miquel Roca es quien llegó más lejos en esto.

¿Cuánta cuerda tiene este reloj suizo que Pujol escogió del escaparate de la última generación? Es la pregunta del millón de dólares y el cheque en blanco que le firman todos los sectores del partido. “Hay lo que hay”, apuntan voces muy encontradas entre sí, “y vamos a probar con Mas”. El chiste de los más reticentes acaba con una frase robada de otro chiste, el de alguien que está colgado de una rama, sobre un precipicio: “Gracias, Mas, pero, ¿hay alguien más?”

No existe el que eche basura sobre Mas, ni entre sus enemigos. Se le supone tan limpio como su aspecto. No tiene pasivos, excepto que parece alguien a quien todo le ha venido de cara. No tiene muertos en los armarios. No tiene debilidades. Una perfección inquietante, pero con reverso. Puestos a no tener, le falta alguna pieza básica. Gente cercana afirma que carece por completo del más mínimo cinismo, imprescindible en un líder. “Es un dirigente demasiado virgen, todavía no se le ha roto ningún muelle”, aseguran. Se bregó durante ocho años en el consistorio barcelonés ante Maragall. Allí estuvo voluntarioso y puntual, pero sus tuercas no han sido todavía apretadas a fondo. Él lo sabe. Sobre sus ideas, lo más aceptado es que acabará teniendo las que convenga a la mayoría que impulse su proyecto. No es un ideólogo y cuida más las actitudes que los mensajes. Esto le hace aparecer nebuloso, pero mantiene la expectativa. La síntesis que le permita administrar la presunta herencia deberá ser la de un equilibrista encima de los tiburones, antes que la de un alquimista tranquilo a quien dejan probar muchas fórmulas. De Mas se espera que acierte a la primera. Si no lo hace, hay varios de sus coetáneos esperando para recambiarlo.

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