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Francesc-Marc Álvaro | Raimon – El tòtem que no es va cremar
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19 nov 2000 Raimon – El tòtem que no es va cremar

Nacido en 1940 como Ramon Pelegero Sanchis, el cantante y poeta abrió el viernes por la noche en el Palau de la Música Catalana una tanda de recitales antológicos hasta el 2 de diciembre. Estos días se ha puesto a la venta la recopilación de toda su obra, “Nova Integral. Edició 2000”», un total de diez CD que ordenan un trabajo que ya forma parte de la memoria de toda una generación. Pero Raimon no ha querido pararse en la nostalgia y sorteó la peligrosa reducción a icono glorioso de una época. Su tiempo sigue siendo este tiempo.

Hace diez años, al cumplir cincuenta, Raimon confesaba que no sabía qué pasaría al llegar a los sesenta. Decía que quizás sería el momento de retirarse de la escena, considerando como estaba el país para los artistas. Aquellas previsiones no se han cumplido. El próximo 2 de diciembre, el de Xàtiva celebrará su cumpleaños cantando en el Palau de la Música. De él escribió Josep Pla, en 1966, que “es un gran poeta” y que “si la vida le es favorable, se encuentra hoy en el umbral de una carrera que puede ser utilísima”. La vida parece que no le ha ido mal y su carrera ha sido útil. Sobre todo para un país y una generación que necesitaba una épica nueva y original. Épica para crecer y salir de la mentira oficial que es siempre cualquier dictadura. Raimon les dio esto con la cantidad precisa de rabia y de autenticidad. Menestral en la periferia de la periferia, al que la universidad afiló la natural lucidez, tenía una guitarra y tenía un programa. Se lo decía a Del Arco en 1970: –¿Pero tú cantas por exhibir tus facultades artísticas o por expresarte como joven de tu tiempo? –Creo que mis posibles facultades artísticas están en función de contribuir, como joven de este tiempo, a la radical transformación de una sociedad que no nos gusta. El arte puede ser también una manera de interpretar el momento histórico que se vive.

Muchos de los jóvenes de aquel tiempo ya son abuelos. La sociedad de ahora tampoco les gusta pero no lo dicen muy alto. En la EGB tardofranquista, había maestros de Rosa Sensat que pasaban las vacaciones en la Yugoslavia de Tito, que eran del PSUC y que se sabían de memoria las canciones de Raimon. De todo aquello, hoy solamente siguen fieles a Raimon. ¿Por qué? –El secreto es que además de darnos una épica nos dio una lírica, pero a esto no se le ha dado tanta importancia. Ahora, la lírica es lo más importante, lo que permanece.

Con Raimon en la recámara, sus coetáneos han hecho la larga excursión que va de la insurrección adolescente a la calma escéptica de la edad tardía, pasando por la diligencia combativa, el desencanto ingenuo, el pragmatismo cínico y el pacto autista con las rebajas del vivir diario. Mientras todo esto pasaba, Raimon se fue depurando cada vez más, destilando la esencia de su expresión, desnudando su poética de cargas con meticulosidad. El tótem que había sintetizado pasiones colectivas en los 60 y los 70 –así lo definió su paisano Manuel Vicent– supo salvarse de la quema inmisericorde que empezó con la llamada normalidad democrática. Raimon evitó ser una “patum” desfasada de “la cultureta” porque se indultó a tiempo asimismo. Como un insumiso “ninot” avisado, se escapó rápido de las fallas tristes donde ardieron muchos sueños generacionales. Se salió del oficio cómodo de santo de una resistencia políticamente correcta y algo avergonzada ante el espejo íntimo.

Raimon huyó al país de sí mismo para continuar. Y dentro del tótem estaba lo que hoy vemos y escuchamos. Estaba lo que siempre había estado. El poeta señalado por Pla, el artista sabio que corta en trozos la vida y la retorna macerada al público, al margen de consignas y generaciones, al margen incluso de la memoria hecha postal “de un tiempo y de un país”. Mis antiguos profesores de la básica protestan: –Sí, pero Raimon es nuestro, es parte de nuestro viaje. No lo desclaven de la Historia. Los líderes cedieron a la “realpolitik” y nosotros vivimos en un adosado, pero tenemos derecho a emocionarnos con Raimon como cuando parecía que todo era posible. ¿Qué hay de malo en eso? –Nada, nada. Supongo que la nostalgia es un derecho. Pero el Raimon que yo escucho, sin mirar atrás, también funciona. También es útil, quizás más. Por otro lado, ¿acaso todo creador no espera sobrevivir a su contexto?

El tiempo de los tótems acabó. Es algo bueno para alguien que nunca ha querido el dictado de la coyuntura, a pesar de haber sabido coger el momento por el cuello. Al periodista Antoni Batista se lo explicaba en una entrevista reciente: –He hecho todo lo posible por no estar de moda, más exactamente, me ha costado mi esfuerzo, porque lo lógico es que te dejes llevar por aquello que es homogéneo.

Raimon lee hoy algo de Pavese en la terraza de su piso barcelonés de la plaza Bonsuccés. Este señor es y no es el mismo joven que aparece en el primer disco de 1963 con pinta de rebelde a lo James Dean. Las muchas muñecas rusas que cada uno es no avisan cuando salen a la luz. Uno de sus amigos señala el gran humor de Raimon, “cruce perfecto entre la socarronería del payés y la alta cultura del ilustrado irónico con curiosidad universal”. Así, con humor, habiendo atravesado la espuma de los días, Raimon permanece.

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