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Francesc-Marc Álvaro | Si us plau, no l’acabin
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23 sep 2011 Si us plau, no l’acabin

Las obras del templo de la Sagrada Família ya tienen fecha de finalización: el 2026. Somos muchos los desconcertados (incluso angustiados) ante este solemne anuncio. Los abuelos hablaban de las obras de la Seu y nosotros hablamos de las obras de la Sagrada Família, pero cuando se terminen ya no podremos utilizar esta expresión. Que algún objeto emblemático esté en fase de construcción permanente nos permite comprobar en directo aquello que poetas y artistas han cantado de mil maneras: de los viajes, es más importante la travesía que el punto de llegada, el camino cuenta más que nada, etcétera. Por otra parte, como ayer nos ilustraba Màrius Serra en estas páginas, el hecho de que haya cosas eviternas (que tienen principio pero no tendrán fin) nos ayuda a imaginar un poco qué podría ser la inmortalidad o algo parecido, que supere la espera en la cola del super o del centro de atención primaria. En definitiva, las obras de la Sagrada Família tienen quizás más sentido que la Sagrada Família como tal.

La medida del tiempo que hasta ahora nos ha proporcionado el proyecto de la Sagrada Família era un antídoto contra la aceleración brutal de nuestro mundo, y el recordatorio de una especie de tiempo mineral en que el personal iba tirando, a su aire, y pasaban las décadas y los siglos con una alegría sensacional, como quien no quiere la cosa. El tiempo de un proyecto eviterno permite que nos relajemos y olvidemos las ansiedades de nuestras manías cotidianas. ¿Qué es un día en las obras de la Sagrada Família? Todo y nada. Ahora que se habla tanto de arquitectura efímera (todo tiende a ser efímero, desde los compromisos de los políticos a los negocios de restauración), que haya algo que perdura porque nunca llega a completarse resulta casi revolucionario. Que la Iglesia católica no haya tenido en cuenta esta dimensión extramaterial de su gran atracción me hace entender por qué cada día hay más gente que se apunta a danzas del vientre o a abrazar árboles, en vez de rezar el rosario. A ver si, al final, tendremos que ser los agnósticos los que avisemos de según qué incongruencias.

Los únicos factores positivos que veo en esto es que llegará un día en que los sufridos y admirables vecinos del templo descansarán de las obras, aunque nunca podrán hacerlo de los turistas y de los ladrones que, atraídos por el alud de visitantes, actúan por la zona. Con todo, la mayoría de barceloneses tenemos mala pata. Habrá que inventarse algún que otro referente de nivel que nos permita decirle a nuestro nieto frases como «mira eso con atención, cuando seas muy mayor, como ahora es el abuelo, estas grúas todavía estarán aquí, seguro». Es bonito poder simular que sabemos algo del futuro sin ser economistas ni maestros del tarot.

No la terminen, por favor. El día que hayamos dejado de esperar a Godot, creyentes y descreídos, tendremos un disgusto.

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