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Francesc-Marc Álvaro | Reformisme sense alegries
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28 sep 2011 Reformisme sense alegries

Artur Mas ha hecho una apuesta arriesgadísima desde el minuto cero de su presidencia: gobernar desde la realidad pura y dura sin concesiones a la frivolidad, y sin miedo a convertirse en el líder más impopular de las Españas y de Europa. Ayer, en su primer debate de política general, Mas fue fiel a este estilo y a este tono, lo que correspondería a una economía de guerra, sin llamarla así. La reciente auditoría de las cuentas autonómicas no hace pensar en otra cosa. Dentro de esta estrategia, el presidente fue anunciando una serie de reformas encaminadas a tres objetivos: parar el golpe de la crisis, animar la reactivación económica y el empleo, y llevar la administración a un nuevo paradigma de más ahorro y de más eficiencia, asumiendo que la preservación del núcleo duro del modelo de bienestar (sanidad, educación y servicios sociales) obliga a quitar grasa. Mas actúa como un político responsable que ya ha asumido que no puede pensar en las próximas elecciones porque el trabajo que tiene entre manos es agónico; hace lo que hace porque no tiene miedo a ser un presidente de sólo cuatro años.

Pero este reformismo, que vendría a ser como operar a corazón abierto en medio de un incendio de proporciones colosales, presenta dos puntos débiles. El primero es la falta de un poco más de intensidad a la hora de transmitir la necesidad de lo que se decide desde cada departamento. Artur Mas no acaba de explicar la gravedad de los meses que vendrán, seguramente para no despertar más alarma entre una ciudadanía ya lo bastante angustiada y para no ser tildado de profeta del desastre. El segundo, que parece contradictorio con lo dicho, es la falta de algunos gramos de mensajes en positivo, que deberían compensar la amargura de los sacrificios; no digo que el presidente de la Generalitat tenga que hacer el papelón de animador voluntarista, cosa que sería irritante y absurda, sólo sugiero que hay que poner también el foco sobre los elementos esperanzadores, sin forzar las cosas.

La alergia que Mas siente por la demagogia, el populismo y la condescendencia hacia la gente –tan frecuente en los dirigentes que gobiernan a golpe de encuesta– frena cualquier salto retórico en el vacío. Tanto es así que, a pesar de ser el líder de un partido nacionalista con una parroquia acostumbrada a la vibración épica y sentimental, Mas no se permite la explotación de un registro emocional con el cual endulzar el mal trago. No lo hizo con su primer discurso institucional del Onze de Setembre ni tampoco ayer. Para aquellos interesados en una política más racional y más ligada a una gestión inteligente y justa de los intereses de la mayoría, las maneras de Mas descubren que el mejor servicio que se puede hacer a la democracia del siglo XXI es tratar al ciudadano como un sujeto adulto, sin trampa ni cartón.

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