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Francesc-Marc Álvaro | Entre Mas i Rajoy
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28 dic 2011 Entre Mas i Rajoy

Alguien que conoce bien a Rajoy me sugiere algunas coincidencias entre el nuevo presidente del Gobierno y Artur Mas, que lleva un año en el cargo de presidente del Govern de la Generalitat. Veamos: a ambos les colocaron a dedo pero ambos han tenido que ganarse después el puesto peleando contra más enemigos de los previstos, nadie les ha regalado nada; a ambos les menospreciaron y les dieron por muertos, varias veces; sus respectivas travesías del desierto les han afinado y les han hecho más sólidos y más convincentes; Mas y Rajoy son tímidos y rehúyen la vanidad, pero se les nota el orgullo de haber conjurado docenas de malos augurios. Aceptado este retrato paralelo, la gran diferencia está en el acceso al poder de uno y de otro: Mas no dispone de mayoría absoluta, mientras que Rajoy goza de ella. En pura aritmética parlamentaria, el primero precisa de los votos del partido del segundo, pero no al revés. Por ello, muchos no entendieron que CiU votara no a la investidura de Rajoy en vez de abstenerse.

¿Por qué cuesta tanto de comprender que Duran Lleida, de acuerdo con Mas, decidiera un voto que algunos no tenían en el guión ? En primer lugar, porque es evidente que los populares pueden facilitar o bloquear la tarea legislativa de CiU en el Parlament. En segundo lugar, porque no forma parte de la tradición pujolista asumir este tipo de riesgos, más bien todo lo contrario, como ocurrió en el 2000, cuando el sí convergente a Aznar costó carísimo a los nacionalistas. Y, en tercer lugar, porque se olvida que el gran aval que ha recibido CiU en las últimas generales se debe, sobre todo, a la propuesta de un nuevo pacto fiscal; Rajoy rechazó varias veces en su discurso de investidura cualquier compromiso en este campo y ni siquiera se permitió un guiño que hubiese servido a CiU de coartada para abstenerse  y recibir así el aplauso de los que piensan que no ha pasado nada desde 1996.

El no de CiU a la investidura de Rajoy es más relevante de lo que parece porque, como todo el mundo pudo ver y escuchar, fue buscado por el propio Rajoy obstinadamente. Es cierto que, luego, Mas se vio obligado a realizar la escena del sofá con Alicia Sánchez-Camacho y que Duran fue raudo y generoso a la hora de valorar la composición del Gabinete popular. “Muerden a Rajoy y luego le alaban, envían señales contradictorias”, me comentó un colega madrileño. Tenía razón. Veremos más disonancias de este tipo, puesto que estamos en una etapa de tránsito en la que el nacionalismo moderado está buscando su nuevo papel en Madrid como defensor principal de los intereses catalanes. Una defensa que ya no puede consistir en firmar cheques en blanco al inquilino de la Moncloa. El regateo cansino que Pujol convirtió en un arte de Puente aéreo ha dejado de tener sentido porque ambas partes conocen demasiado bien la ley y la trampa. No obstante, los ministerios siguen teniendo la sartén por el mango y al negociador catalán siempre le falta información en comparación con los profesionales del Estado de toda la vida.

Dos elementos trágicos –si no los hubiera, esto ya no sería un asunto político– recubren este cuadro. Por un lado, a Mas le faltan seis diputados en la Cámara catalana para la mayoría absoluta, lo que le obliga a ensayar geometrías variables para sacar adelante sus políticas y le debilita a la hora de exigir en Madrid. Por otro, la situación complicada de la tesorería de la Generalitat, que supone un foco permanente de conflicto y desprestigio institucional, que se añade al clima generado por los anuncios de nuevos recortes. Los que se ven afectados directamente por los ajustes protestan contra el Govern y este explica que con un pacto fiscal más justo Catalunya podría luchar mejor contra la crisis. Nos hemos instalado en una agonía que se va sobrellevando mejor o peor, según el día y los mercados.

Así las cosas, hay desconcierto entre ciertos sectores de las élites económicas catalanas por el no de Duran Lleida a la investidura de Rajoy. Este desconcierto –puedo preverlo– aumentará en la medida en que CiU quiera ser de verdad ese instrumento por el que han apostado tantos viejos y nuevos votantes de la federación. Tal vez resulte extraño en ciertos despachos que los dirigentes de unas siglas mantengan su compromiso una vez los comicios han tenido lugar, pero la política sólo se regenerará si tiene algo de memoria y se cuida como un contrato privado. Por cierto, no hubo el mismo desconcierto entre los que ahora tanto se exclaman cuando, hace un año, Mas fue investido presidente con el voto contrario de los diputados populares; al parecer hay dos raseros cuando se trata de enaltecer la responsabilidad y el sentido común.

Catalunya no está precisamente a punto de declarar la independencia, pero tampoco está en las inercias de la etapa pujolista. Vivimos un proceso abierto basado en la toma de conciencia de amplios sectores sociales de la deslealtad de los poderes centrales hacia la sociedad catalana, algo que se agudiza por la crisis debido a su base económica. El proceso existe y CiU sería suicida si, después de animarlo, fingiera en Madrid que todo sigue igual.

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