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Francesc-Marc Álvaro | Gibraltar, la salsa
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19 mar 2012 Gibraltar, la salsa

Las tribus nostálgicas -escoceses, flamencos, vascos y catalanes- hablan de tener un Estado propio porque no se han enterado de nada. Así lo ven las élites que no se consideran nacionalistas, las de Madrid, las de Londres, las de donde sea. Pobres pueblos perdidos en su sueño romántico, todavía desconocen que el concepto clásico de soberanía se está evaporando dentro de la UE, piensan los que nunca tienen que dar explicaciones sobre lo que son o dejan de ser. Grecia ha dejado de existir como nación soberana y el espíritu de lord Byron -que luchó y murió por la independencia de los griegos- tiene ganas de gamberradas en Bruselas y Berlín. Así, las élites españolas, cuando miran hacia Barcelona, pueden explicar que los tiempos están cambiando y que no vale la pena gastar energías en querer ser como Dinamarca si los fantasmas de Atenas pueden darnos un susto. La soberanía -nos aleccionan- pierde glamur en un continente que debe evitar el colapso.

¿Soberanía? Si hablan catalanes o vascos es un aburrimiento anacrónico. Si habla el Gobierno Rajoy es otra cosa. La nueva administración del PP quiere que la población de Gibraltar quede al margen de las conversaciones sobre el futuro del Peñón, un detalle que -como es lógico- el Gobierno británico no acepta, porque es su argumento más contundente para mantener el statu quo. No consta que los gibraltareños se mueran de ganas de convertirse en españoles, de la misma manera que no consta que los habitantes de Ceuta y Melilla se mueran de ganas de tener pasaporte marroquí.

Es normal que Madrid tenga que compensar el espectáculo de cumplir el objetivo de déficit del 5,3% ordenado por el poder europeo con alguna que otra gesticulación nacionalista. Perdón: patriótica. Si un político catalán o vasco levanta la bandera es un nacionalista peligroso, si lo hace un político español es un noble patriota. El nacionalismo banal de los estados -el que se difunde oficialmente por defecto- es presentado como patriotismo, porque el nacionalista siempre es el otro, el que plantea problemas y practica el victimismo. Cuando Rajoy reabre la carpeta de Gibraltar no es victimista, sólo defiende lo que toca. No es suficiente con la Roja, hace falta una pizca más de salsa para compensar la cesión de soberanía que ordena Bruselas.

Si la soberanía ya no es exactamente lo que era, eso afecta a todo el mundo: británicos y españoles, gibraltareños, catalanes y vascos. La manera como el fenómeno impacte concretamente en cada ámbito es harina de otro costal, pero la premisa es indiscutible. Hoy sabemos que el derecho de autodeterminación -llámenlo derecho a decidir- tiene más fundamento que nunca. Los alemanes -gente seria que manda mucho en nuestras vidas- nos lo demostraron el año 1990, cuando se reunificaron.

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