ajax-loader-2
Francesc-Marc Álvaro | Lluny de Cadis
4575
post-template-default,single,single-post,postid-4575,single-format-standard,mikado-core-2.0.4,mikado1,ajax_fade,page_not_loaded,,mkd-theme-ver-2.1,vertical_menu_enabled, vertical_menu_width_290,smooth_scroll,side_menu_slide_from_right,wpb-js-composer js-comp-ver-6.0.5,vc_responsive

21 mar 2012 Lluny de Cadis

La historia oficial se puede doblar como un calcetín pero la reescritura del pasado no tiene efectos milagrosos, por mucha solemnidad que se emplee. Se celebra el bicentenario de la Constitución de Cádiz y algunos discursos se refieren a una España que no ha existido nunca con tanta pasión que no sé si me he perdido alguna cosa, quizás he estado durmiendo durante dos siglos y no me he dado cuenta del patriotismo liberal y de la virtud cívica sobre la cual se ha construido este Estado y esta unidad nacional que hoy disfrutamos con tanta alegría. «Los españoles de ahora -proclama una autoridad- somos jubilosos herederos de aquella benemérita Constitución gaditana». ¡Qué noticia! ¡Qué sorpresa! ¡Qué maravilla! No me había dado cuenta de esta herencia, lo confieso y no sé si llorar o reír. Es un punto de vista sugerente pero tiene un problema: no hay pruebas que acrediten afirmación tan entusiasta.

Pensaba que sólo los catalanes recordamos las derrotas. También lo hacen los españoles pero son más listos: las maquillan como brillantes victorias y a otra cosa mariposa. No es la primera vez que la conmemoración y la verdad circulan por carriles distintos; es cuestión de triturarlo todo para que sea de fácil digestión pública y no provoque dolor de estómago. ¿Tiene herederos aquel 1812 olvidado por décadas y más décadas de espesa negrura? Mariano Rajoy quiere establecer vínculos directos con un pasado que es tan delgado como un papel de arroz, el presidente español necesita un pedestal épico para argumentar sus reformas, es la hora de apelar a la vibración sentimental de la buena gente. El conmemorador tiene toda la potencia del Estado a su servicio y, como es normal, los recortes no han llegado a este negociado. El fútbol y la pintura histórica siempre son un servicio de primera necesidad.

Enric Juliana, en su afinada crónica de ayer, destacaba la ausencia de políticos catalanes en este festival de Cádiz aunque más de un prócer nuestro tuvo un cierto papel en aquel momento de efímeras esperanzas. Y mencionaba, de paso, que el Ayuntamiento de Barcelona instaló en el año 1912 una placa que recordaba a Ramon Llàtzer de Dou i de Bassols, presidente de aquellas Cortes. Esta fecha me ha hecho pensar que, este año, celebramos el centenario del nacimiento del gran escritor y editor Joan Sales, una efeméride que siento mucho más próxima -ustedes me perdonarán- que todo lo que tiene que ver con la Pepa, ahora redescubierta por algunos que tienen de liberal lo mismo que yo de capitán de fragata.

No sé si 1812, como se ha dicho y repetido estos días, es el comienzo de las tan citadas dos Españas. Es una explicación que va bien y que permite todo tipo de consideraciones sobre lo que fue y lo que podría haber sido. Un estribillo que no molesta. Lo que tengo claro es que el autor de Incerta glòria retrató como pocos lo han hecho la capacidad destructiva y devastadora de todas las Españas (dos, tres, las que fueran) soltadas de manera salvaje y puestas a bailar la danza del sacrificio por los abismos de los tiempos. En una carta del 15 de octubre de 1938, Sales escribe lo siguiente al poeta Màrius Torres: «Tants xicots morts, Déu meu, ¿i sabem gaire per què? I tanmateix bé cal fer un últim esforç, un esforç desesperat per guanyar aquesta guerra; esborrona de pensar com serà tractada Catalunya si la perdem». La lucidez de quien se convirtió en gran editor durante la posguerra fue premonitoria: «En darrer terme la República ens podia ser indiferent però la Catalunya autònoma hi està lligada i l’una arrossegarà l’altra a l’estimball si perdem aquesta guerra, cosa que Déu no vulgui. Que ens agradi o no, la història va a batalles guanyades o perdudes».

Ganar o perder. Sin maquillajes. El nacionalismo catalán contemporáneo edifica sobre la derrota militar de 1714 el atributo del catalán trabajador que, haciendo de tripas corazón, no se abandona a la desesperanza. ¿Qué quiere construir el nacionalismo español sobre el espejismo liberal de 1812? ¿Quizás quiere tapar un montón de años de militarismo, reacción, caciquismo, atraso, aislamiento, superstición y exaltación castiza? Quizás. El ministro Wert, que lo es de Cultura y de Educación, se estrenó reivindicando los toros como gran patrimonio nacional. ¿Casualidad o prólogo irónico a la celebración de la Constitución de Cádiz?

El liberalismo español es la historia de una ausencia significante, algunos nombres ilustres y una constante pared que no se puede saltar. La prueba de eso es todo lo que vivimos actualmente, la pervivencia de actitudes tóxicas que son la reedición paródica de una tradición que considera sospechoso todo lo que no forma parte de su ortodoxia: afrancesados, librepensadores, judíos y catalanes forman parte de la vitrina fundacional del error. Sólo hay una manera de ser español; el resto son desviaciones perniciosas.

Se supone que, a partir de 1978, la caspa desapareció. Si es así, ¿por qué me siento tan y tan lejos de la conmemoración de las Cortes de Cádiz y no me puede consolar ni la compañía amistosa del espectro de Víctor Balaguer, ministro catalán mucho antes que Piqué? Buscar liberales de verdad es como buscar federales, una tarea heroica. Hace cien años que nació Joan Sales y hace doscientos años que España hubiera podido ser -dicen- otra cosa.

Etiquetas: