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Francesc-Marc Álvaro | El quadrilàter diabòlic
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28 mar 2012 El quadrilàter diabòlic

Después de las elecciones andaluzas, la política en las Españas se ha convertido en un cuadrilátero diabólico donde esperan la hora del combate cuatro boxeadores -no dos- arbitrados por Rajoy, un colegiado a quien costaría calificar de imparcial. En la primera esquina, está la Catalunya gobernada por Mas y que aspira a un nuevo pacto fiscal. En la segunda, está el País Vasco, hoy gobernado por los socialistas con el apoyo de los populares, mañana gobernado -presumiblemente- por nacionalistas de intensidades diversas. En la tercera, encontramos la Andalucía reavivada por un nuevo gobierno de izquierdas, donde los poscomunistas no querrán hacer de comparsa. Y, en la cuarta esquina, está la Comunidad de Madrid pilotada por Aguirre y los más fieles al aznarismo.

En medio de todos estos púgiles, con camisa blanca y pajarita negra, vemos la figura seria, algo aterrorizada, del actual líder del PP y presidente del Gobierno central, que deberá sacar adelante su agenda reformista y dar respuesta a las demandas de estos territorios, que establecerán una pugna de todos contra todos y de todos contra la administración central. Y de todos contra Catalunya, por si acaso. Anteayer, el lehendakari López expresó que Catalunya no puede tener el concierto económico de los vascos, unas palabras que pueden ayudar a los dirigentes del PSC a encontrar la inspiración necesaria.

Cuando me preguntan si pienso que Rajoy atenderá la reclamación de un nuevo pacto fiscal -que disfruta de un consenso social altísimo en Catalunya que también incluye a votantes del PP- siempre digo que el escenario previsible es una oferta de más recursos sin alterar el modelo. Ampliar el huevo sin tocar el fuero. Tal como están las finanzas de la Generalitat, todo pasaría por aflojar un poco el corsé que provoca la asfixia, no por quitarlo. Eso dejaría la pelota en el tejado de Mas y de CiU, que tendrían que escoger entre proclamar que han alcanzado «la mejor financiación de la historia» o plantarse para exigir un sistema «en la línea del concierto económico», para decirlo con las palabras del president. La política es trágica por definición y la política autonómica española es, cada día más, tragicómica.

Ahora, con socialistas y poscomunistas en Sevilla, todo será más complicado para Rajoy. Porque ahora también peligra la hipótesis que acabo de explicar, que quería evitar el conflicto frontal por la vía clásica de dar un poco de peix (pescado) al agujereado y empequeñecido cove (cesto) catalán. Todo el mundo sabe que Griñán y sus socios vigilarán sin descanso las relaciones Madrid-Barcelona, en busca del agravio comparativo que permita denunciar «las cesiones inconfesables del Gobierno de la derecha a la voracidad insaciable del nacionalismo catalán». Lo pudimos ver el año 1996, cuando Pujol y Aznar firmaron el pacto del Majèstic, y también ocurrió en 1993, cuando Pujol apoyó a González, cuando Europa nos miraba y alguien -siempre el mismo- debía suministrar una triple dosis de responsabilidad.

El anticatalanismo es un condimento indispensable de la política española de los dos grandes partidos. Cuando gobiernan unos, acusan a los otros de ser demasiados blandos a la hora de abordar «el problema catalán». No hace falta ser futurólogo para adivinar que el gobierno andaluz que pronto se formará querrá ser el principal guardián de la mal llamada solidaridad interterritorial, sacando del baúl -si hace falta- los argumentos puntiagudos de la lucha de clases encima de la piel de toro, que pueden tocar la fibra de todos aquellos a quienes también emocionaba Guerra cuando llamaba a «los descamisados» a movilizarse. Cuando se pone en cuestión un sistema de lealtades tan especial como el construido en Andalucía, la parroquia se cohesiona de manera espectacular.

El papel de López desde Euskadi ha quedado claro y sugiere una eficaz pinza socialista de vascos y andaluces (los forjadores del PSOE desde la transición) que convierte en inútil cualquier intento de pedagogía más o menos federalista por parte de algunas almas puras del PSC. La excepción foral de los unos y la deuda histórica más el PER de los otros son las barreras donde tiene que estrellarse cualquier nuevo pacto fiscal catalán. Rubalcaba no podrá -ni lo querrá- salir de esta trinchera, que le permitirá lucir una bandera rojigualda de tonalidades supuestamente sociales. Lo que pase en Vitoria después de las elecciones vascas es un misterio, pero el nacionalismo vasco no tiene precisamente como prioridad apoyar al nacionalismo catalán en sus aspiraciones de más soberanía fiscal. El PNV y el resto saben que, si todo eso se mueve mucho, pueden perder su ventajoso statu quo.

El cuarto boxeador, el gobierno autonómico de Aguirre, dará golpes menos visibles pero no menos efectivos. Si bien no cuestionará públicamente al árbitro del combate, es evidente que dirá a la Moncloa -como lo hará Griñán con más gesticulación- cuál es el tope de la flexibilidad ante las reclamaciones del Govern. En los difíciles equilibrios de la derecha española, la presidenta de Madrid encarna unas esencias muy apreciadas en determinados sectores, un factor extremadamente sensible que puede hacer estallar cualquier negociación bilateral entre Rajoy y Mas.

El cuadrilátero está bien iluminado. El combate ya ha empezado. Una cosa es segura: nadie espera vencer por KO.

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