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Francesc-Marc Álvaro | La por de perdre eleccions
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11 abr 2012 La por de perdre eleccions

El otro día, durante la larga sobremesa de una jornada festiva de la pasada Semana Santa, comprobé que cada vez me cuesta más defender a los políticos, me refiero a la mayoría de los que (sean del partido que sean) se dedican de buena fe a gestionar nuestras instituciones sin cobrar sueldos estratosféricos, sin meter la mano en la caja y sin engañar a los ciudadanos. Mis interlocutores repitieron ideas muy presentes en nuestra sociedad, generalizaciones habituales que, a pesar de ser injustas, tienen un fuerte arraigo, cada vez más amplio a causa -supongo- de la crisis económica: los políticos son unos aprovechados, los políticos son aquellos que no sirven para nada más, los políticos son irresponsables, los políticos se han olvidado de la gente de abajo, los políticos hacen lo que quieren, etcétera.

Intenté argumentar que, como en todo colectivo profesional, entre los políticos hay gente que hace las cosas bien y gente que hace las cosas mal. Con todo, debo admitir que, esta vez, no tuve el ánimo de siempre a la hora de replicar los tópicos de la desafección democrática. Quizás porque esta desafección es alimentada y acelerada, en los últimos tiempos, por los actos y las palabras de políticos tan principales como el presidente del Gobierno y varios de sus ministros.

Si intentamos ir más allá de los lugares comunes y de las consignas antipolíticas que proyectan una idea esencialmente perversa y fatalmente irreparable de la gobernación democrática tal como la conocemos, nos encontramos con un diagnóstico más inquietante de lo que mis amables interlocutores me planteaban mientras las procesiones religiosas pasaban por la calle. A la vista de los cambios de criterio repentinos y muy mal explicados de Rajoy y de su equipo, la conclusión de los ciudadanos (y la de los supuestos expertos en los misterios económicos y políticos) es terrible y deprimente: estos políticos no saben adónde van. Rajoy no sabe adónde va, excepto en lo tocante al futuro de las autonomías, que servirán para poner encima de la mesa europea el chivo expiatorio más fácil de descuartizar y para disimular así la negativa del Gobierno central a abordar reformas estructurales serias, como todo lo que tiene que ver con los funcionarios.

Rajoy no sabe adónde va y la sensación de confusión es evidente en el ambiente. El líder del PP se ofreció a la sociedad española como la opción de la claridad, la coherencia y la determinación frente a lo que había sido Zapatero y el PSOE. A la hora de la verdad, sin embargo, Rajoy hace todo lo contrario de lo que había anunciado en campaña y, además, improvisa de manera desconcertante, como lo demuestra el reciente tijeretazo (comunicado de manera vergonzante) de diez mil millones menos para sanidad y educación, pocos días después de haber explicado los nuevos presupuestos generales del Estado. Algunos creen que los mercados convirtieron a Zapatero en una pobre marioneta en manos de no se sabe quién, pero, de hecho, el anterior presidente perdió su autoridad y credibilidad mucho antes, cuando negó la realidad obstinadamente mientras todo el mundo veía venir el drama. Ahora, le pasa tres cuartos de lo mismo a Rajoy, que pensaba ser más listillo que Bruselas, los mercados, Merkel y los chinos juntos, un pecado de soberbia que hoy le hace aparecer como un líder sin liderazgo, totalmente desbordado por unas circunstancias a las cuales pretendía burlar ingenuamente.

Una sociedad que comprueba que sus políticos principales no saben adónde van es una sociedad que tiende a pensar que la política es inútil, que es un gasto superfluo. El último barómetro del CIS señala que la población española considera que la clase política y los partidos son el tercer problema del país, por detrás del paro y de las dificultades económicas. Los que tendrían que plantear soluciones para poder salir adelante se han convertido en el problema, el estorbo y el obstáculo.

¿Qué hay detrás del tacticismo de Rajoy? El miedo a perder las elecciones. Por eso aplazó la presentación de los presupuestos generales del Estado hasta después de los comicios andaluces, por eso no recorta el sueldo de los funcionarios ni el gasto corriente, por eso destina recursos a tramos del AVE que no llevan a ningún sitio, por eso impulsa una amnistía fiscal, por eso se olvida de la deuda con Catalunya, por eso apunta hacia las autonomías.El máximo dirigente de la derecha española todavía no ha entendido, de verdad, la gravedad del momento.

Sin un cierto menosprecio por las próximas elecciones, no hay coraje a la hora de tomar decisiones. En las Españas, sólo hay un político que, de momento, ha demostrado tener claro que es más importante salvar los muebles que quedar bien en las encuestas: Artur Mas. No se le puede negar que ha asumido el reto sin subterfugios. Más allá de la mucha o escasa competencia de sus consellers y de las limitaciones del poder autonómico, el liderazgo de Mas ha transmitido confianza a la sociedad catalana, lo cual no puede decirse de Rajoy respecto de la sociedad española. Quizás Mas aprendió lecciones más provechosas que Rajoy durante la travesía por el desierto.

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