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Francesc-Marc Álvaro | Un país confús
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27 jun 2012 Un país confús

Querría saber si los políticos principales de la España de hoy saben historia. Los grandes dirigentes europeos de la posguerra conocían la historia y por eso sacaron adelante un proyecto que hoy es la UE, para conjurar los errores históricos del Viejo Continente. ¿Ha leído mucho Rajoy sobre el siglo XIX y el XX? En Catalunya, Pujol, construyó su liderazgo desde un conocimiento afinado, preciso y profundo de los grandes acontecimientos del pasado. La historia es imprescindible para el que pretenda gobernar: permite ubicar las decisiones en una perspectiva que relativiza las ansiedades de la actualidad. Sin mirada histórica, la política se vuelve plana, a pesar de ofrecer una gestión eficaz. El político que no mira nunca hacia atrás no sabe dónde está.

En teoría, los políticos catalanes de hoy tienen en la cabeza la peripecia de Catalunya y de España durante los últimos trescientos años. En la práctica, todo es menos sólido. La manera como se abordó la elaboración del nuevo Estatut durante el mandato del president Maragall pone en evidencia un notable menosprecio de los políticos y de la sociedad -incluidos los que hacemos periódicos- por las enseñanzas del pasado. La historia nunca se repite pero hay variables que ayer existían y que hoy continúan, con todas las correcciones de contexto que deban hacerse.

Recientemente, se ha publicado una obra de Jaume Vicens Vives que había sido pensada y escrita para el público italiano y que sintetiza de manera brillante el periodo que arranca con la Guerra de la Independencia. En esta España contemporánea (1814-1953), editada por El Acantilado, el eminente historiador escribe algunas reflexiones que, leídas hoy, toman un especial relieve: «La acción política emprendida en Barcelona por la generación burguesa de 1901 progresa de una manera coherente hasta 1917. No puede asombrarnos el hecho de encontrar en esta ciudad el epicentro de los fenómenos sociales más hostiles al Estado español de la Restauración. Su potencial económico, su intensa vida espiritual y su dinamismo hacían que le fueran insoportables, tanto desde el punto de vista social como desde el punto de vista político, los métodos en uso e el Parlamento y en la Administración madrileña». Como el mismo Vives subraya, los hombres del 98 de la periferia «se comportaron muy distintamente» a los de Castilla, con un optimismo que fue el motor de la gran victoria del catalanismo sobre el caciquismo, en 1901.

A la luz de estas páginas, hagámonos la pregunta incómoda que muchos tienen en la cabeza y no osan decir: ¿Hasta qué punto son soportables para la sociedad catalana del 2012 los métodos de la política madrileña de ahora mismo? No puedo reproducir en público lo que explican algunos prohombres en privado sobre el estilo de la Villa y Corte. Son cromos grotescos. Han pasado más de cien años, dos dictaduras, una guerra civil y, en vez del desastre colonial de 1898, lo que ahora trastorna todas las estructuras es una crisis económica global que obliga a España a ceder soberanía. Ante eso, los herederos de la generación burguesa de 1901 nos proponen un nuevo pacto fiscal mientras una parte de la ciudadanía querría ir más allá.

Oasis madrileño versus oasis catalán. ¡Qué sorpresa! Los catalanes no somos superiores al resto de ciudadanos del Reino, obviamente, pero en 1898 miramos adelante y en el 2012 no tenemos miedo de más Europa. En Catalunya, también hay incompetentes y corruptos, pero Bankia es obra del Madrid faraónico que debía culminar la tarea histórica de aquellos que hace una centuria repetían que «nos duele España». Las élites madrileñas tenían prisa por convertir la Restauración democrática de 1976 en un régimen en el cual las anomalías -léase Catalunya- quedaran perfectamente bajo control y fueran progresivamente reducidas a la mínima expresión. No tuvieron en cuenta, por lo visto, que el mundo se había hecho pequeño.

Ante este retablo, la propuesta de pacto fiscal del president Mas es una bandera política que corre el peligro de hacerse pequeña antes de tiempo. Además, y como no me canso de repetir, su potencia como mecanismo de consenso social interno en Catalunya no puede esconder que estamos ante una apuesta demasiados ambigua. ¿Pacto fiscal para continuar dentro de España con más comodidad o para hacer crecer la masa crítica del soberanismo? La respuesta pragmática ya la sé: pacto fiscal para evitar que la autonomía desaparezca por asfixia financiera. Pero la crisis quema las estrategias políticas.

El veterano historiador, abogado y político Josep M. Ainaud de Lasarte, en una entrevista de Jordi Manent en Serra d’ Or, afirma que el principal problema de los catalanes a lo largo de la historia es «no haber sido lo bastante claros». Este observador lúcido añade que «somos un país básicamente confuso; siempre he dicho que somos indefinidos». El Estatut que acabó en el TC estuvo rodeado de una confusión monumental. Sería bueno que el nuevo pacto fiscal no participara del mismo mal.

La sociedad catalana ha avanzado cuando la confusión ha sido dominada. Cuando todos los sectores han entendido que la primera obligación de un país es no autoengañarse.

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