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Francesc-Marc Álvaro | La represàlia
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06 dic 2012 La represàlia

O Rajoy es un estratega penoso, o no tiene autoridad en su Gobierno, o es una marioneta en manos de la FAES del camarada Aznar. Quizás una pizca de todo o quizás ocurre algo que todavía desconocemos. El domingo, este diario explicaba que el presidente español y líder del PP había pedido a sus barones que rebajaran la crispación con CiU para tratar de reconducir la relación política con el Govern de la Generalitat. A la vez, desde Catalunya, algunas voces ya hablaban de reconstruir los puentes con Madrid y pedir mil veces perdón por haber osado hablar de independencia en unas elecciones. Poco después, el ministro Wert y su reforma educativa han puesto en evidencia que la guerra continúa y que no habrá ni un día de tregua. Algunos ya lo sabíamos. El objetivo final de toda política dictada desde Madrid es -con más o menos virulencia- disolver la anomalía catalana, poner punto y final a la nación de los catalanes.

De nuevo, la materia elegida para la batalla es la lengua catalana y la inmersión lingüística. El ataque es contra un hecho central de la catalanidad y del catalanismo, los que deciden reabrir este frente lo tienen claro. Después de muchos meses hablando de plata y pacto fiscal, hay un retorno a lo que algunos denominan debate identitario. Eso ocurre después de unos comicios de una trascendencia histórica que sólo los eufóricos con el retroceso de Mas no quieren ver: el catalanismo político se ha convertido en soberanismo explícito y no volveremos al ayer, en el cual el nacionalismo catalán mayoritario se ofrecía a colaborar manso con la modernización y gobernabilidad de España a cambio de graduales concesiones en el autogobierno, que dependían siempre de la necesidad aritmética del Gobierno de turno.

Pase lo que pase con el futuro Gobierno de Catalunya, el paradigma camboniano está enterrado. Ya somos adultos. Hemos agotado todas las pedagogías y nos hemos dado cuenta de que la película de verdad no consistía al encajar de buena fe Catalunya en una España flexible sino en evitar que la nación de los catalanes se convierta en un residuo puramente folklórico perfectamente disuelto en un Estado español fuertemente centralizado, donde la plurinacionalidad es una palabra vacía que sirve sólo para charlar de gastronomía.

Dicho esto, y más allá de las consideraciones sobre el estilo provocador de Wert, la pregunta política es obligada: ¿Por qué precisamente ahora? Si Rajoy quería que se enfriara un poco el ambiente, la ofensiva ministerial contra la inmersión provoca todo lo contrario y, de rebote, proporciona vitaminas al soberanismo, acelera el acuerdo entre CiU y ERC, reafirma los argumentos a favor del divorcio Catalunya-España y cohesiona a la inmensa mayoría de la sociedad catalana en torno a un modelo educativo que sólo impugnan dos partidos, PP y Ciudadanos.

Este movimiento del Gobierno Rajoy tiene todo el aspecto de una represalia contra las aspiraciones que se expresaron en la calle el Onze de Setembre, contra un adelanto electoral, contra el desafío tranquilo liderado por Mas y contra una ciudadanía que ha dejado claro que el españolismo explícito no es, hoy por hoy, una alternativa política en Catalunya, aunque los poderes españoles (formales e informales) puedan ver el 25-N como una victoria. Que sea una represalia no significa que no responda también a un proyecto a largo plazo y a la doctrina que emana de la sentencia del TC sobre el Estatut. Sin embargo, cuidado: los maestros en el arte de la guerra nos enseñan que las represalias tienen efectos inesperados y que no siempre son la vía más eficaz para extirpar lo que otro ministro -el de Exteriores- definiría como «un cáncer».

Hace unos meses, cuando se hablaba todavía de la posibilidad de encontrar una salida a la demanda de un nuevo pacto fiscal, mucho antes de la Diada y de todo lo que ha venido después, en algunos laboratorios ideológicos de la derecha española, se especuló seriamente con el siguiente planteamiento: el PP podría aceptar una solución parecida al concierto de vascos y navarros para Catalunya a cambio de que CiU y Mas desmontaran la inmersión. Dinero por identidad.

Eso permitiría -se teorizaba- que Rajoy desencallara el pleito catalán a la vez que aparecería ante la caverna como un campeón de la unidad de España, porque conseguía atacar el mal en origen. Me consta que algunos medios de Madrid (incluido el que ha utilizado la mentira y la difamación durante la última campaña) estaban dispuestos a jugar esta carta. Obviamente, las exploraciones muy preliminares que se hicieron en ambientes convergentes dejaron claro que se trataba de un plan absurdo que no tenía ningún recorrido.

Ahora estamos en otro escenario. Ni pacto fiscal ni lengua. Los mallorquines y los valencianos ya conocen esta letal medicina. Polacos, habéis jugado con fuego y ahora sabréis quién manda. ¿Acaso pensabais que vuestra borrachera independentista os saldría gratis? Os vuelve a perder la estética, catalinos.

Con la represalia, el PP intenta dos cosas más, de paso: competir con Ciudadanos, que le come terreno electoral, y distraer la atención sobre la escasa credibilidad del Gobierno español como gestor eficaz de la crisis. Pero no se confundan: Wert no va por libre y eso no es una medida en caliente. Es una misión histórica.

 

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