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Francesc-Marc Álvaro | Mapa i territori
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28 ene 2013 Mapa i territori

Hace meses que lo escribimos: antes de que se dé un proceso de divorcio Catalunya-España, el PSC se romperá. Lo que pasó el miércoles en el Parlament, cuando cinco diputados del grupo socialista se negaron a votar no a la declaración de soberanía, confirma este pronóstico. La llamada transición nacional -según etiqueta de Mas- acelera las contradicciones y subordinaciones del socialismo catalán. Pero hay que abrir el foco: la crisis del PSC es sólo uno de los fenómenos que se producen, al lado de la crisis entre Unió y CDC, y el crecimiento de otras opciones. El espacio central del país, articulado por las dos principales formaciones hasta hoy, se ve erosionado por dinámicas nuevas.

El mapa catalán de partidos ha entrado en una etapa de reconfiguración importante. Eso no es ni bueno ni malo, es sencillamente el resultado de un hecho evidente: la sociedad catalana evoluciona, no está muerta. Mapa nuevo para un territorio inédito. Cambios generacionales, sociales y culturales de todo tipo influyen en ello. No hay que ser profeta para decir que, antes de diez años, ni el PSC ni CiU existirán como lo que hoy son. También tenemos escrito que se darán varios procesos de división y reagrupación, con desaparición de líderes y surgimiento de caras nuevas. No es la primera vez. La transición representó la desaparición de muchas siglas importantes (por ejemplo, el Partido del Trabajo de España) y la concentración de sensibilidades diversas en un número reducido de partidos.

Decir que todo eso tiene lugar por impacto del proceso soberanista, que ha resquebrajado las viejas ambigüedades, es decir sólo una de las causas de la mutación. No se puede obviar ni la fatiga ciudadana ante las opciones de siempre, ni el descrédito que genera la corrupción, ni el desgaste extraordinario de las siglas que llevan muchas décadas con responsabilidades de gobierno. El proceso soberanista sólo introduce velocidad a una transformación que debía llegar forzosamente. La España bipartidista de PP-PSOE vivirá un proceso equivalente, pero la sociedad tendrá menos margen para provocar reconfiguraciones espectaculares, a causa del fuerte dominio provincial de las dos marcas. Andalucía y Valencia son escaparates bonitos.

Según algunos analistas, una posible ruptura del PSC (y de CiU) sería la prueba definitiva de la llamada fractura social, causada por las ideas soberanistas. La cuestión merece un artículo aparte, pero apuntemos un argumento para rebatir esta creencia: cuando el PSUC -que hizo tanto por integrar la inmigración- perdió su peso electoral y social, no se produjo ninguna tragedia. Es verdad que las lealtades identitarias son diversas, pero eso no lo ha generado la hipótesis independentista. Eso ya existía y lo ha alimentado la escasa inteligencia de Madrid ante las reclamaciones catalanas.

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