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Francesc-Marc Álvaro | El PSC desafia els déus
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28 feb 2013 El PSC desafia els déus

Los socialistas catalanes han traspasado la raya, han desafiado a los dioses, han osado hacer aquello que muchos les habían pedido durante años. Los socialistas catalanes han ejercido, por primera vez en toda la democracia, su soberanía como partido nacional catalán en las Cortes. No les ha sido fácil, sobre todo a algunos. El hecho constituye una noticia histórica, a la que no se puede quitar valor y que puede tener consecuencias a largo plazo. Josep Pallach estará aplaudiendo el gesto desde el cielo.

El motivo de la revuelta de los diputados socialistas catalanes es sabido: la celebración de un referéndum en el cual el pueblo catalán se exprese libremente sobre la posibilidad de separarse pacíficamente del Estado español para constituir un Estado propio. El PSC pone énfasis en que eso debe hacerse dentro de «la legalidad» y no considera necesario proclamar previamente la soberanía de Catalunya. CiU, ERC e ICV, en cambio, han votado solemnemente que el pueblo de Catalunya es un sujeto político soberano y que, si el Gobierno cierra todas las vías posibles para realizar la consulta, esta deberá hacerse igualmente, creando una nueva legalidad sobre la marcha, que supere las constricciones del ordenamiento constitucional. Los socialistas y las tres fuerzas del bloque soberanista coinciden en que, sea como sea, debe haber diálogo Barcelona-Madrid, para dar salida a la demanda de una parte mayoritaria de la sociedad catalana.

Lo que el martes hicieron los socialistas catalanes -menos Chacón- en el Congreso amplía el consenso catalán sobre el impecable carácter democrático de un referéndum de este tipo. Esta es la clave de bóveda y lo que modifica el cuadro. Retengan eso. Repito, es un consenso sobre el hecho de poder votar, no sobre la independencia. ¿Se puede entender, a principios del siglo XXI, que un gobierno democrático prohíba una consulta a una parte de sus ciudadanos que se sienten y se proclaman nación política? Los demócratas de Europa no lo entienden. El proyecto independentista tiene sectores a favor y en contra entre la opinión internacional, pero el ejercicio de la democracia -en cambio- cuenta con todas las simpatías entre la gente civilizada.

Pere Navarro nos está sorprendiendo. ¿Obedecen sus movimientos a una estrategia bien pensada o son reacciones tácticas (y confusas) para ganar una autoridad que se le escapaba de las manos a gran velocidad? No lo sé. Quizás el primer secretario quiere recoger lo mejor del legado Maragall y del legado Montilla, para no ser un hombre de transición y contestado por todos. El tiempo lo dirá. En perspectiva de país, me pregunto: ¿qué harán Navarro y el PSC cuando se vea -como es previsible ante la actitud del PP y del PSOE- que la legalidad vigente es una jaula para las aspiraciones de la mayoría más activa y organizada de Catalunya? ¿Aceptarán el fatalismo o se pondrán al lado de los que intentarán romper el corsé? El problema también lo tendrán otros, como una parte de ICV y Unió, pero eso no quita responsabilidad a los dirigentes de la calle Nicaragua. Sobre todo cuando las encuestas apuntan la caída libre del PSC y las últimas elecciones nos muestran pérdidas de votos en direcciones tan opuestas como ERC y Ciutadans. El espacio de la marca se hace pequeño.

Se especula nuevamente con la ruptura de los viejos acuerdos entre PSC y PSOE, una de las claves de la transición. El tono de las declaraciones de algunos dirigentes socialistas españoles -incluido Guerra- alimenta la hipótesis de la reimplantación de la Federación Catalana del PSOE, un proyecto que -por cierto- hacía mucha gracia a algún alcalde metropolitano, tanto que llegó a insinuar que «estaría por la labor» cuando las turbulencias del primer tripartito provocaban angustias en la calle Ferraz. Aunque los ánimos se calmen y no se llegue tan lejos, hay un dato que transforma el terreno de juego: las lógicas del PSC y del PSOE están cada vez más alejadas, porque responden a mayorías sociales con dinámicas contradictorias. No se puede asumir a la vez «más Catalunya» y «más España». El sueño federalista -que el PSOE nunca se ha tomado en serio- tenía que resolver esta contradicción.

Volvemos a escribir un pronóstico que hace tiempo repetimos: antes de que el proceso soberanista enfile la recta final, el PSC se romperá. De hecho, como ya estamos notando, es todo el mapa catalán de partidos el que se está reconfigurando inexorablemente, a causa de varios factores que hemos analizado en otros artículos. Se tiende a dramatizar esta posibilidad porque se proyecta de manera mecánica el miedo a la fractura social, como si la Catalunya de hoy fuera exactamente la misma que la de 1978. Las lealtades identitarias son diversas en cualquier sociedad desarrollada y su cohabitación forma parte de la complejidad que nos toca vivir y gestionar. Para entendernos, es más que probable que en una Catalunya independiente siguiera habiendo mucho interés por los partidos de la selección española. Este no es el problema.

El PSC parece que ha dicho basta al sucursalismo. Vivimos una época que exige cambios y nuevas miradas. Los dioses de Madrid han sido desafiados por aquellos que, durante décadas, decían «sí, señor». Es la hora de asegurar los grandes consensos dentro de Catalunya, con inteligencia.

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