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Francesc-Marc Álvaro | La mort del que mana
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08 mar 2013 La mort del que mana

Uno de los grandes géneros de la política, desde el tiempo de los romanos, es el discurso funerario. Saber glosar al caudillo muerto es un arte sutil. La muerte del que manda amenaza el poder de los que lo tienen, da esperanzas a los que lo quieren, cuestiona los equilibrios existentes y desencadena muchas energías, miedos y aventuras. Cuando el que ha fallecido ejercía un poder no exactamente democrático -que puede ir desde la tiranía pura y dura hasta la pseudodemocracia adulterada- todos los factores mencionados se multiplican por cien. Las ceremonias en torno al adiós a Hugo Chávez son, en este sentido, de manual. Hay todo lo que se espera y un poco más.

Las estampas de fervor del pueblo ante el féretro siempre producen una gran impresión. Pero la historia aconseja no considerar estos festivales como una información del todo exacta sobre el estado de un país. Yo era un niño pero todavía recuerdo que, en noviembre de 1975, la tele única y en blanco y negro de la época nos mostró unas colas inacabables ante el cadáver de Franco, según las cuales España parecía totalmente franquista. Ahora, con la defunción del comandante Chávez, pasa tres cuartos de lo mismo. Las escenas de multitudes que lloran y quieren ver el rostro del muerto transmiten el concepto de una Venezuela chavista sin fisuras, sin oposición. Sabemos que eso no es cierto.

Hay detalles que merecen una pausa. Leo que el militar responsable de la guardia personal del presidente venezolano declaró, pocas horas antes de la muerte de este, que el lema del batallón -pasara lo que pasara- seguiría siendo «Con Chávez todo, sin Chávez nada». El culto fanático a la personalidad del líder siempre da grima pero, a veces, puede provocar el ridículo. Sobre todo cuando el caudillo de turno ya no está. Por otra parte, el todo o nada es una de las grandes banderas -muy atractiva- de ciertas formas de populismo. Siempre hay almas que -movidas por muy buenas intenciones- ubican la discusión en el todo o nada, que es la antipolítica más explosiva, porque excluye la negociación y el pacto. Si el todo o nada es un asunto en manos de gente de armas, las cosas acostumbran a ser todavía más complicadas, por no decir más imposibles.

En Catalunya, según todas las crónicas, el entierro de Francesc Macià fue uno de los grandes momentos de la política de masas, porque la figura de l’Avi trascendía la dimensión institucional para entrar en la esfera del mito gracias a su trayectoria y su fuerte carisma. Pero Macià -que también era militar como el presidente venezolano- fue un demócrata y, además, gobernó muy poco tiempo. No puede decirse lo mismo de Chávez, aunque también en Catalunya tiene sus partidarios, dispuestos a santificarlo. ¡Qué fácil es alabar regímenes dudosos cuando se vive bien lejos de su policía!

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