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Francesc-Marc Álvaro | Ministres amenaçadors
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15 mar 2013 Ministres amenaçadors

Estamos viendo cosas que nunca habríamos pensado que veríamos. Por ejemplo, el ministro de Hacienda no tiene reparos en amenazar, desde el Congreso de los Diputados, a los partidos de la oposición, los artistas que lo critican y los periodistas que no le ríen las gracias. La munición de las amenazas siempre es la misma: la información confidencial sobre la renta de las personas y las empresas de que dispone el Estado y que, obviamente, no es propiedad de ningún cargo político ni partido, sino de la Administración central, sometida a reglas y normas que deben garantizar la privacidad, la seguridad y el buen uso de unos datos especialmente sensibles. Cada vez que Montoro expresa esta amenaza tranquilamente, el Estado de derecho pierde toneladas de credibilidad y legitimidad. Son maneras de matón de barrio.

¿Se imaginan a un ministro del Reino Unido, de Francia o de Alemania amenazando a alguien con divulgarlos datos disponibles del interesado en los todopoderosos ordenadores de las respectivas haciendas públicas? No se lo tolerarían y, probablemente, debería dimitir avergonzado. En Madrid, en cambio, estas actitudes hoy se aceptan como normales. Además, la moda Montoro parece que crea escuela entre sus compañeros de Gabinete. Recientemente, el ministro del Interior ha hecho saber -durante una comparecencia parlamentaria que debía aclarar hechos muy graves- que tiene más información en su poder sobre casos que pueden afectar a partidos de la oposición, aunque ha tenido el detalle de no hacerla pública todavía. Fernández Díaz no explicó el origen del informe policial fantasma que acusaba a Mas y Pujol de tener cuentas bancarias en Suiza pero, en cambio, insinuó que él controla el grifo de las sorpresas. Por si acaso.

Amenazar es muy feo. Y, en algunos casos, puede ser un abuso de poder o cosas peores, tipificadas penalmente. Por otra parte, quien amenaza debe estar dispuesto a cumplir, si llega el momento, lo dicho, de lo contrario hará el ridículo y quedará debilitado ante aquel a quien quería atemorizar. Un político socialista catalán que ejerció de experto estratega resumió así este asunto: «No amenaces nunca; sin embargo, si tienes que hacerlo, llega hasta el final sin contemplaciones». La clave: no abusar de ello y no ser frívolo con las cosas que hacen pupa. En España, se vive una época de inflación de amenazas, hay demasiado nerviosismo.

A las amenazas, los elegantes las llaman «advertencias» o «buenos consejos». Son lo mismo, pero se presentan como un gran favor que el amenazador hace siempre al amenazado. El tono, entonces, es como de confidencia amistosa, que se formula de manera oblicua, para evitar que salten más alarmas de las necesarias. Eso acostumbra a ser mucho más agradable que encontrarte una cabeza de caballo dentro de la cama.

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