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Francesc-Marc Álvaro | Els bons negocis
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22 abr 2013 Els bons negocis

En 1960, muy poca gente luchaba contra la dictadura. Lo hacían, casi en solitario, los comunistas. En Catalunya, una excepción fue el joven médico Jordi Pujol i Soley, miembro de una clase y unos entornos que favorecían la docilidad indiferente. Por eso, cuando Pujol fue detenido, torturado, juzgado y encarcelado por denunciar al tirano, el hecho constituyó una sorpresa. ¿Por qué se complicaba la vida alguien que disfrutaba de una buena posición? Lo explica muy bien Enric Canals en el libro Pujol Catalunya. El consell de guerra a Jordi Pujol, obra de lectura indispensable que ha obtenido el Premio Godó y que tiene una versión televisiva que veremos en TV3.

Uno de los documentos que Canals aporta es un folleto clandestino que Pujol escribió antes de su detención y que iba «dirigit a la burgesia catalana» y llevaba un título elocuente: «N’estan segurs de que és un bon negoci?». Es un texto que ilumina el presente de manera poderosa, salvando todas las distancias. Pujol forma parte de la pequeña burguesía pero, a causa de su politización, es capaz de analizar con perspectiva el papel de las élites dirigentes de forma lúcida: «Cada vez, sin embargo, se hará más evidente -escribe el joven Pujol- que para el régimen, Catalunya, económicamente, es un país a explotar. Cada vez quedaremos todos, también los industriales y los grandes capitalistas, más a merced de lo que en Madrid decidan unos cuantos hombres que están al servicio de una política que nos es hostil. Hoy, nuestros industriales, hasta los mayores, tienen un poder de influencia nulo. Alguno podrá resolver problemas suyos particulares, por amistad o por corrupción. Pero los problemas de todos, los problemas de fondo de la vida económica e industrial de Catalunya, ni se han resuelto ni se resolverán». Este papel fue enviado a dos o tres mil personas pero, según Pujol, «no tuvo ninguna trascendencia». A partir de 1980, Pujol trató como presidente a todos los que se habían convertido en demócratas el 21 de noviembre del 75.

Uno de los éxitos del régimen fue inocular una idea que, ayudada por el miedo, fabricaba conformismo: Franco y su montaje durarían siempre. ¿Por qué levantarse contra lo eterno? Pujol no aceptó este fatalismo y, con eso, dio una lección política y moral a su clase y al país: vivir bajo leyes injustas nos denigra. Por eso advertía severamente a los que entonces formaban el empresariado catalán: «En cambio, todas las complacencias y las debilidades con el régimen enemigo, todos los abandonos (abandono de la lengua, provincialización y resignación en todos los órdenes, cesión de nuestros derechos a influir políticamente y económicamente…) todo eso llevará no solamente a la desaparición de Catalunya como pueblo, sino también al debilitamiento gradual de su economía». A veces, el pasado no acaba de pasar.

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