ajax-loader-2
Francesc-Marc Álvaro | Cal escoltar Napolitano
4791
post-template-default,single,single-post,postid-4791,single-format-standard,mikado-core-2.0.4,mikado1,ajax_fade,page_not_loaded,,mkd-theme-ver-2.1,vertical_menu_enabled, vertical_menu_width_290,smooth_scroll,side_menu_slide_from_right,wpb-js-composer js-comp-ver-6.0.5,vc_responsive

25 abr 2013 Cal escoltar Napolitano

A sus 87 años, encarna la dignidad, el coraje y el seny de la mejor política italiana y también de la mejor política europea. Giorgio Napolitano, elegido por segunda vez presidente de la República en medio de una parálisis institucional de las que hacen época, representa la responsabilidad en medio de la frivolidad, la generosidad en medio del egoísmo, el interés general en medio de la lucha de intereses particulares y la mirada larga en medio de la miopía tacticista. Es de aquellos casos en que un gran estadista se enfrenta, casi en solitario, a varios elementos empeñados en dirigir la nave hacia las rocas. El jefe de Estado italiano compensa con su gesto y su autoridad moral el desbarajuste de unas élites que no aciertan a la hora de encontrar una salida plausible. Su discurso del lunes ante el Parlamento, después de jurar el cargo, es una pieza de lectura obligada.

Quizás porque proviene del sector más heterodoxo, abierto y antidogmático del comunismo italiano, Napolitano sabe que la política que transforma de verdad es la que acepta los retos sin confundir el lugar de los principios y el lugar de los objetivos. Hoy en día, la crisis de los partidos tradicionales europeos es tan aguda que esta confusión va ganando terreno de una manera espectacular y desfigura las expectativas de los ciudadanos sobre el sistema democrático. El populismo de Beppe Grillo -basado en la enmienda a la totalidad y alérgico a cualquier compromiso- encuentra en la exaltación de los principios puros su éxito electoral, pero empieza a mostrar su verdadero carácter en la medida en que -una vez celebradas las elecciones- se niega tajantemente a negociar o dialogar con otras opciones.

Este populismo -con algunos imitadores en Catalunya- parte de una creencia: sólo nosotros somos el pueblo auténtico y la verdad de veras, mientras no ganemos por mayoría (o hagamos la revolución) sólo nos interesa la agitación. A la vez, este populismo sostiene que toda regeneración que no pase por sus esquemas es una traición, una farsa y un engaño al electorado. El fenómeno que en Italia ha conseguido el 25% de los votos se relaciona con aquel tipo de política antipolítica que Bernard Crick denomina «política estudiantil» y que acostumbraba a ser testimonial. Hay que decirlo en pasado, porque la emergencia de los grillini define un nuevo escenario donde este tipo de opciones testimoniales devienen el refugio del ciudadano desencantado y pueden condicionar el tablero de juego. «Su actitud respecto al acuerdo político -escribe el politólogo inglés- es como la de la tímida doncella del cuento respecto al matrimonio; se debaten entre miedos demasiado profundos y esperanzas demasiado grandes». Exacto, por eso no quieren tomar decisiones y menos cuando hay que escoger entre lo malo y lo peor. Crick nos recuerda que «el hombre que aborda cualquier problema como una cuestión de principio no puede sentirse a gusto en política», y añade que no deben confundirse «los ideales» y «los medios para alcanzarlos», un lío típico de los populistas de derechas y de izquierdas, tecnocráticos o místicos. Aunque todo eso es tan viejo como los vicios de la mala política, tiene un fuerte atractivo para miles de votantes que se sienten huérfanos.

La crisis de la mediación política es general en Europa, pero Italia aparece como el laboratorio más peligroso de ciertas modas. En este sentido, tienen valor de advertencia especial los mensajes que Napolitano dio ante los diputados y senadores. De entre estos, vale la pena subrayar su reflexión sobre el uso político de internet, herramienta de la cual alabó las posibilidades que ofrece para la expresión y la intervención políticas. Ahora bien, según el presidente de la República, una democracia predominantemente telemática no puede sustituir el papel de «partidos capaces de renovarse o de movimientos políticos organizados» en la formación de las decisiones públicas, de la misma manera que -aludiendo a Grillo y sus seguidores- hace falta llevar las cuestiones de la calle al Parlamento en vez de crear una contraposición sistemática entre los dos espacios. De todos modos, el tirón de orejas a los establecidos no puede ser más rotundo: si los partidos no se renuevan, la crisis se intensificará y no faltará quien querrá solucionar las averías de la mediación política a golpe de tuit. Esta ansiedad comunicativa entre representantes políticos y ciudadanos introduce distorsiones muy altas sobre el peso real de ciertas demandas y opiniones, sobre todo a causa de la sobrerrepresentación que tienen en la red los más extremistas. Se acusaba -con razón- a la vieja política de fabricar consensos demasiado compactos a partir de la espiral del silencio y ahora tendremos que estar prevenidos sobre la multiplicación de los disensos a partir de una atención exagerada al ruido en las redes sociales. Necesitamos encontrar el punto preciso para poder determinar el interés general.

El más viejo es el más joven. Napolitano, en el momento en que debería poder jubilarse, asume un papel que correspondería a una persona de otra generación. El veterano luchador antifascista se encuentra gestionando la crisis de Italia con una elegancia, una lucidez y una determinación admirables. A nosotros -italianos del oeste- también nos conviene mucho escuchar atentamente lo que dice.