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Francesc-Marc Álvaro | Cacera de bruixes
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26 abr 2013 Cacera de bruixes

La prestigiosa economista Clara Ponsatí ha explicado que no se le ha renovado la cátedra Príncipe de Asturias de la Fundación Endesa en la Universidad de Georgetown, en Washington, por el hecho de haberse expresado públicamente a favor del proceso soberanista catalán. El supervisor de la cátedra y director del Centro de Estudios Europeos de la mencionada universidad norteamericana, Jeff Anderson, ha apoyado a Ponsatí y ha declarado: «El embajador español en Washington me dejó claro que no estaba de acuerdo con las opiniones de la profesora». El conseller de Economia, Andreu Mas-Colell, ha exigido al Gobierno que rectifique y ha advertido que esta decisión «contra la libertad universitaria» no pasará inadvertida en Estados Unidos, donde «hay una enorme sensibilidad hacia temas de libertad de expresión». Un subordinado de Wert, el secretario general de Universidades, Federico Morán, ha negado que la no renovación tenga una causa política y ha hecho saber que la académica catalana puede volver a presentarse a la plaza. La versión que da Madrid no cuadra con los pro- cedimientos que utiliza Georgetown.

Los yanquis son muy sensibles a las cazas de brujas, porque ellos las sufrieron, especialmente la que impulsó durante los años cincuenta del siglo XX el senador McCarthy, obsesionado con encontrar comunistas hasta en la sopa, sobre todo entre los nombres más destacados de la política, la cultura, la academia y Hollywood. Los soviéticos eran más directos con sus disidentes y realizaban purgas, un método menos sofisticado, como correspondía a un sistema totalitario. En la España de Franco, había «afectos» y «desafectos» al régimen y también se expulsaba a aquellos profesores de la universidad que no querían agachar la cabeza, de la misma manera que se impidió que, a partir de 1939, muchos maestros de la etapa republicana pudieran ejercer con normalidad, porque eran sospechosos de todos los males.

La universidad es -debe ser- un espacio de libertad. Obviamente. No se puede entender de ningún otro modo, cuando menos en lo que se denominan sociedades abiertas, un concepto que supongo conocen y estiman los dirigentes más ilustrados del Gobierno y del PP. ¿Cómo podría un gobernante democrático europeo defender hoy la censura ideológica a un profesional de la ciencia? La señora Cospedal, aficionada a los paralelismos históricos y a la actualización vintage del léxico más duro, debería advertir a sus correligionarios que hay actuaciones que vale más no hacer. Porque remiten inevitablemente a etapas muy oscuras de la historia europea. En la Universidad de Georgetown deben de estar flipando. A los estadounidenses una peripecia así les suena a fenómeno de otro planeta. Porque, en realidad, lo es. Un planeta rancio y siniestro donde la cabra es idolatrada.

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