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Francesc-Marc Álvaro | Mas fent de Suárez
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13 jun 2013 Mas fent de Suárez

El otro día, mientras entraba en La Vanguardia, un buen amigo me paró y me dijo: «¿Está todo muy jodido, verdad?». Yo le respondí, más o menos, lo siguiente: «Hombre, más jodido estaba todo en 1974, antes de la muerte de Franco, y aquí estamos». Él, entonces, me replicó: «Sin embargo, en aquel momento, todo el mundo quería lo mismo y ahora me parece que no». Y yo, que era muy joven entonces, pero tengo buena memoria, he estudiado un poco la cuestión y he hablado con muchos testigos, añadí esto: «No, hombre, no: no todo el mundo quería lo mismo, hagamos memoria: había los que querían la reforma, los que querían la ruptura, los que querían mantener un franquismo blando sin el dictador, y también los que no sabían qué querían». La tendencia es leer el pasado con los sentimientos de hoy y no con los de ayer, y eso desfigura.

Por ejemplo, nos explican siempre que la transición fue una operación muy bien pensada dentro de la cual los actores principales, en general, sabían muy bien todo lo que se hacían. También se orillan muchos fenómenos que desmienten el mito de un proceso que se desplegó de manera ordenada y lineal y que, salvo el intento golpista de 1981 y el terrorismo, habría estado claro desde antes del 20 de noviembre de 1975. Los hechos, sin embargo, nos enseñan que las cosas fueron mucho más improvisadas y azarosas. Por ejemplo, se habla mucho de la aprobación de la Constitución de 1978 y se habla muy poco del referéndum sobre la llamada ley para la Reforma Política, que se celebró el 15 de diciembre de 1976, impulsado por el gobierno preconstitucional de Suárez. Aquel referéndum quería legitimar el desmontaje parcial del franquismo desde arriba y, de paso, bloquear cualquier tentación revolucionaria. Aquella consulta tenía en contra, además de a los nostálgicos del régimen (el búnker), a toda la oposición, que consideraba que aquello era una far- sa que no daba una respuesta fiable y convincente a lo que quería la sociedad. Mis maestros, muy politizados, despotricaban de aquel referéndum porque lo veían como una engañifa. La mayoría de la población, ajena a los cálculos de los partidos y sometida a una campaña oficial intensa, dio el sí a la reforma y eso enterró la vía rupturista. El retorno del president Tarradellas, cuando todavía no había pasado un año de aquello, hizo algo todavía más impensable: transformar un icono del rupturismo catalán en una pieza clave del reformismo posfranquista que conseguía, al mismo tiempo, dos cosas: conectar la transición con la legitimidad republicana e intentar frenar las izquierdas.

Sobre la actual transición catalana sobrevuelan sentimientos y percepciones de todo tipo. Como pasaba con la transición española. Me extraña que no sepamos extraer lecciones del pasado reciente. Con la agenda soberanista, Mas intenta plasmar una especie de reformismo rupturista que -salvando todas las distancias- me recuerda lo que Suárez hizo para establecer un sistema democrático sin dar la sensación de que derribaba el franquismo. Recuerden que, entre otros movimientos arriesgados, el primer presidente de la democracia legalizó el Partido Comunista. Suárez, que tenía un gran carisma pero fue perdiendo el apoyo popular, fue un líder atacado de manera feroz desde varios lados mientras ocupaba la presidencia, entre 1976 y 1981. Le cayeron encima pestes de la oposición, los compañeros de partido, el ejército, el empresariado, la Iglesia, la prensa, etcétera. Hoy, todo el mundo alaba el gran papel histórico de Suárez, pero yo recuerdo que, cuando montó el CDS para intentar resucitar el espíritu de la UCD, era una figura quemada.

No digo que Mas sea Suárez, pero sí digo que se le está poniendo la cara del Suárez que parecía gobernar con muchos elementos en contra. Me parece que la intervención que el president hizo el martes quería subrayar este dificilísimo soberanismo que pretende ser reformista y rupturista al mismo tiempo, y que plantea un cambio de statu quo de Catalunya mientras gestiona el día a día. ¿Misión imposible? De sus palabras, destaco un punto fuerte y uno débil: a) acierta el president cuando intenta que la fecha de la consulta no ocupe el centro del debate, un enfoque imprescindible si se quiere hacer todo el trabajo necesario antes de llamar a la gente a las urnas; b) se equivoca el president cuando plantea que la consulta podría no tener valor jurídico vinculante, una idea incongruente con la trascendencia de la apuesta que él mismo lidera. Los republicanos harían mayor servicio recordando a CiU que el camino empezado no puede acabar en una gran encuesta sociológica, en vez de exigir la fecha como condición para casi todo.

La transición representó la desaparición de la Unión de Centro Democrático, que había conducido el proceso. CiU no es la UCD, pero me extraña que los estrategas de la federación no hayan considerado seriamente (hasta hace pocos días) que la fuerza política que ha puesto en circulación el término transició nacional puede ser la gran sacrificada en tanto que partido de transición. No -como sugiere Duran interesadamente- porque el soberanismo sea la causa de su descenso electoral, sino por una razón más sencilla y mecánica: quien pretende gobernar desde el reformismo rupturista está condenado a dejar a todo el mundo insatisfecho.

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