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Francesc-Marc Álvaro | Rusiñol com a vacuna
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12 jul 2013 Rusiñol com a vacuna

De Santiago Rusiñol -como de otros homenots de nuestra cultura- hay una imagen popular y tópica, a menudo inexacta, que tiene poco que ver con su obra. Sucede a menudo. Es también lo del Josep Pla de la boina, el cliché de un falso payés que no siempre ha beneficiado la aproximación a los libros de nuestro gran prosista. Volviendo a Rusiñol, es evidente que las reales o supuestas anécdotas del genio bohemio que encarnaba la contestación al espíritu botiguer han tendido a desfigurar el conocimiento de su creación literaria, no tanto de su obra plástica. Para ir un poco más allá y huir del ruido, vale la pena pasarse este julio por la Villarroel, para disfrutar del espectáculo Cap al tard, a partir de prosas autobiográficas de Rusiñol, bien cosidas y bien interpretadas por Ramon Madaula bajo la dirección de Sílvia Munt.

El Rusiñol que Madaula representa no huele a parodia ni a caricatura, consigue ofrecernos un retrato del alma del artista sin poner mucha salsa. Acompañado sólo por la música de Erik Satie (tocada en directo al piano por Marc Garcia Rami), este Rusiñol crepuscular, que se confiesa como lo haría un viejo amigo que regresa de un largo viaje, es una vacuna muy adecuada contra la jaqueca de los tiempos que vivimos. Nos complacería entrar en el café desde donde habla el barbudo que bebe absenta, un local donde no pasa nunca nada pero donde hay muchas vidas en suspensión, en medio del humo de tabaco y sobre los espejos. «Atrapar el que fuig» repite Madaula/Rusiñol mientras los espectadores, confrontados con un espíritu libre, sospechamos que los muertos somos nosotros y no el tipo admirable que vivió en el Cau Ferrat de Sitges.

El día que asistí a la función, tenía en la fila de delante a un destacado político. Sin perder de vista el cogote del prohombre, pensé -llevado por las notas hipnóticas de Satie- que el modernismo todavía podía ser, hoy, un arma cargada de futuro. No lo digo por su romanticismo -que ahora también impregna ciertos fenómenos-, sino por su capacidad de promover la autocrítica sobre lo que más amamos. Pienso en el Rusiñol que escribió Els Jocs Florals de Canprosa, un polémico alegato contra la cultura que se fosiliza y que es utilizada de manera partidista. Hoy vivimos, en Catalunya, un nuevo modernismo quizás sin saberlo. Hablamos siempre del legado noucentista mientras Rusiñol quiere volver y Xènius sólo se le aparece en sueños a Mascarell.

El poeta Maragall era la voz de la nación juiciosamente indignada pero, de cara al otoño que nos espera, podría ser más eficaz y más higiénico conectar con la sátira de Rusiñol y montar un espectáculo donde el triángulo amoroso fuera Bárcenas, Magdalena Álvarez y Millet. Se lo brindo a Sílvia Munt. Así, no tendríamos que esperar tanto como Pep Guardiola para desembuchar.

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