ajax-loader-2
Francesc-Marc Álvaro | Estudiar l’holocaust
4852
post-template-default,single,single-post,postid-4852,single-format-standard,mikado-core-2.0.4,mikado1,ajax_fade,page_not_loaded,,mkd-theme-ver-2.1,vertical_menu_enabled, vertical_menu_width_290,smooth_scroll,side_menu_slide_from_right,wpb-js-composer js-comp-ver-6.0.5,vc_responsive

19 sep 2013 Estudiar l’holocaust

Al margen. España, durante muchos siglos, quedó al margen de casi todo. La historia de España es, desgraciadamente, la de un rincón de Europa que, a causa de la cerrazón mental de parte de sus clases dirigentes, perdió varios trenes que salían hacia el progreso, la modernidad y la libertad. Esta tradición reaccionaria y aislacionista todavía impregna el presente con actitudes y discursos que serían inimaginables en la mayoría de sociedades europeas desarrolladas. Hablábamos de esto ayer en la tertulia de Basté en RAC1, cuando comparábamos, por ejemplo, la manera que tiene Londres de abordar la cuestión escocesa y la manera como el Gobierno, el PP y el PSOE responden a la cuestión catalana.

La instauración de la democracia tras la muerte de Franco significó un proyecto ambicioso de puesta al día, con carácter urgente. Los gobiernos de González se dedicaron a ello, es lo que pedía aquel momento. Tocaba impulsar muchas reformas en poco tiempo, porque era imprescindible reducir la distancia entre aquella Europa a cuya puerta se llamaba y un Estado que se había organizado como un cuartel durante cuarenta años. Se logró la modernización de las estructuras oficiales -mejor o peor según los casos- y eso representó un salto histórico innegable. Hoy, sin embargo, tenemos la perspectiva suficiente para poder afirmar que esta transformación incidió muy poco en la creación de una nueva cultura política. Se pensó que la democracia fabricaría demócratas por defecto y se despreció la necesidad de llenar muchos vacíos, que los valores promovidos por el franquismo y el aislamiento geopolítico habían generado en varias generaciones. El sistema nació con esta debilidad.

Escribo todo eso a raíz de una noticia positiva: el holocausto formará parte, finalmente, del temario que estudiarán los niños en la escuela. Ahora bien, resulta significativo que no haya sido hasta hoy, casi treinta y cinco años después de la aprobación de la Constitución, que el Gobierno de España impulse por ley el estudio del holocausto judío o la shoah, en las diferentes etapas de la educación básica. Esta novedad se introducirá mediante una enmienda del grupo parlamentario popular a la ley Wert, conocida oficialmente como Lomce. Dicho esto, me parece que la verdadera noticia es que, durante más de tres décadas, la democracia española no se ha preocupado nada por este aspecto central de la formación de los futuros ciudadanos. Hay que lamentar que una medida tan indispensable llegue con tanto retraso y por la puerta de atrás. El caso ilumina poderosamente las miserias y enfermedades de la cultura democrática construida desde arriba.

Las cosas no pasan por casualidad. Es innegable que hay una relación evidente entre la banalización recurrente del nazismo y del fascismo que intoxica diariamente el debate político y periodístico y el hecho de que el holocausto y la pedagogía que se deriva del mismo tengan una presencia irrelevante y marginal en los planes de estudio, en los medios y en el imaginario del ciudadano corriente. Que España quedara al margen de la Segunda Guerra Mundial no es una excusa sólida para aducir una exclusión sistemática de esta página de la historia reciente de las políticas de memoria y de la educación de niños y jóvenes. La gran ignorancia que existe en España sobre el legado judío y sobre la destrucción de los judíos de Europa a manos de los nazis se relaciona con el sentimiento antisemita que se registra en la sociedad española, el más fuerte del Viejo Continente junto al que se detecta en Hungría. El presidente de la Federación de Comunidades Judías de España, Isaac Querub, ha remarcado que los jóvenes tienen una imagen «absolutamente distorsionada, llena de prejuicios y estereotipos con respecto a los judíos». Es un grito de alarma que debemos escuchar.

El renovado protagonismo de partidos y grupos de ultraderecha, que no esconden sus simpatías por el franquismo y por el nazismo, nos permite comprobar que el racismo y el antisemitismo siguen formando parte consustancial de estos entornos, como la catalanofobia y el integrismo católico. Los mismos que atacan la sede de la Generalitat en Madrid y propugnan la acción directa contra los soberanistas catalanes hacen propaganda de las tesis que niegan el holocausto y presentan a los judíos como maquinadores de incontables conspiraciones secretas. Todo es muy rancio pero también muy preocupante. Y más allá de los ultras están los que les justifican y amplifican. Hoy, en las webs del fascismo español, los judíos, los inmigrantes y los catalanes son considerados los peores enemigos de España. ¿Lo sabe el fiscal general? ¿Lo sabe el ministro del Interior? Europa toma nota.

No se engañen: la necesidad de introducir el estudio del holocausto en las escuelas y los institutos no es un asunto menor ni una manía de los judíos, es un imperativo ético y democrático que debe asumir cualquier persona que defienda los derechos humanos y las libertades fundamentales. No es una cuestión sectorial de la comunidad judía, sino un reto que pone a prueba la salud de las instituciones y, sobre todo, la voluntad social de luchar contra lo que Kant denominaba el mal radical. Sabemos que la educación no evita del todo la barbarie pero es una vacuna indispensable para controlar su semilla.

Etiquetas: