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Francesc-Marc Álvaro | Cahner i Vázquez Montalbán
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24 oct 2013 Cahner i Vázquez Montalbán

Uno ha fallecido hace pocos días y el otro lo hizo hace diez años. Como dice Daniel Vázquez Sallés en el libro de recuerdos que ha dedicado a su padre, hay que ser agradecidos con todos aquellos que algún día nos ayudaron. No fui amigo de Max Cahner ni de Manuel Vázquez Montalbán, pero los conocí y, cuando yo era joven, los dos me demostraron que eran personas generosas y abiertas a lo que hacían las generaciones que íbamos llegando.

Cahner era editor del diario Avui cuando empecé a trabajar allí, una época en la cual dirigía el rotativo Albert Viladot, un profesional de gran valía que murió muy joven. En aquella época, Cahner y Viladot estaban comprometidos en sacar adelante una prensa en catalán que, sin renunciar a una línea claramente catalanista, jugara la liga de las cabeceras de referencia de Barcelona con información y opinión de calidad. Desgraciadamente, este objetivo no siempre era entendido por los sectores de CDC vinculados a la empresa editora. Más tarde, reencontré a Cahner en Revista de Catalunya y en las diversas ediciones anuales de las «Jornades sobre el nacionalisme català a la fi del segle XX», una plataforma de debate y renovación ideológica que él supo impulsar con gente de sensibilidades diversas. Detrás de una aparente severidad, había un ciudadano apasionado por construir el país.

A Vázquez Montalbán lo empecé a leer de muy joven y, rápidamente, fue uno de mis columnistas de cabecera. No coincidía con buena parte de sus planteamientos ideológicos, pero admiraba la lucidez y el nervio irónico de su escritura, así como la capacidad de mezclar el hecho político con otras realidades más mundanas para iluminar la intrahistoria. Nunca me engancharon las aventuras de Pepe Carvalho pero, en cambio, me fascinan novelas como Galíndez o El estrangulador. Tuve la suerte de que Vázquez Montalbán aceptara escribir el prólogo de mi primer libro de artículos, en 1999, que también presentó, al lado de otro escritor admirado, Valentí Puig, situado en unas coordenadas ideológicas que no tenían nada que ver con las suyas ni con las mías. Aquel día, los tres demostramos que, más allá de las ideas, son las actitudes constructivas y el respeto lo que permite que el mundo funcione. El escritor barcelonés volvió a mostrarme su gran calidad humana a raíz de otras dos circunstancias: cuando dijo que sí a un libro entrevista de una joven editorial que habíamos montado cuatro amigos (escrito por el colega Quim Aranda), y siempre que le telefoneaba, en mi condición entonces de jefe de Opinión de Avui, para explicarle que los pagos a los colaboradores volvían a retrasarse; Vázquez Montalbán nunca dejó de enviar puntualmente su artículo semanal.

Desconozco si Cahner y Vázquez Montalbán se encontraron y hablaron muchas veces, pero sí creo recordar alguna pieza del segundo criticando las políticas y las maneras del primero. Es sabido que el conseller de Cultura del primer Govern Pujol fue una de las bestias negras de la oposición y de los intelectuales de izquierdas, que nunca digirieron que CiU gobernara la Generalitat contra todo pronóstico. Por todo ello, quizás los fans del uno y del otro consideran que ahora hago mal mezclando a los dos personajes en este papel. Mi percepción es muy diferente. Al margen del hecho de que, en mi memoria, Cahner y Vázquez Montalbán tienen un lugar de honor, sostengo que, objetivamente, quizás no estaban tan lejos como siempre hemos pensado.

No se puede decir que Cahner fuera un hombre de derechas. Fue uno de los fundadores del partido Nacionalistes d’Esquerra y entró como independiente en el Govern Pujol porque tenía una excelente preparación y una trayectoria incontestable en varias iniciativas de reconstrucción cultural; más tarde militó en CDC durante unos años, pero nunca encajó en las estructuras orgánicas y acabó marchando y montando otro partido, Acció Catalana, que se asoció con ERC. Siempre siguió su criterio personal y trabajó más en clave de país que de partido. También Vázquez Montalbán, a pesar de su militancia en el PSUC, ejerció de librepensador. Resultaba incómodo a los guardianes de las ortodoxias y a los que no tienen sentido del humor ni saben separar la batalla de las ideas de la reyerta partidista.

A pesar de ser tan diferentes y provenir de ambientes que no tenían nada que ver, Cahner y Vázquez Muntalbán -miembros de la misma generación que creció durante la posguerra- llegaron, por decisión propia, a la defensa de Catalunya como nación. El uno, como editor, profesor y activista, dedicó toda su vida a la recuperación de la lengua y la cultura catalanas. El otro, desde su tribuna de escritor catalán en castellano con gran proyección, asumió la normalización de la lengua catalana y el catalanismo transversal, un compromiso que no le perdonaron los firmantes de manifiestos babélicos, los mismos que le tildaron de «pujolista de izquierdas». Hoy, todavía hay quien vomita resentimiento sobre la memoria de Vázquez Montalbán como hay quien menciona a Cahner para disparar contra Mas.

Cahner y Vázquez Montalbán -con todas las diferencias que deban apuntarse- tenían la misma idea de cultura como herramienta de emancipación personal y colectiva, un ideal ilustrado y moderno que todavía hay que reivindicar con insistencia, sobre todo ante ministros que quieren convertir las escuelas en cuarteles.

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