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Francesc-Marc Álvaro | El partit de la passió
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14 nov 2013 El partit de la passió

Andaba felizmente por la calle, el pasado lunes a primera hora de la mañana, cuando me encontré a una figura destacada del socialismo catalán y charlamos unos minutos sobre la reciente conferencia política que el PSOE ha celebrado en Madrid. De la breve conversación con esta persona, he retenido dos ideas. Primera: «Es un desastre que la mayoría de los actuales dirigentes socialistas no hayan hecho nada más en la vida que dedicarse al partido y a los cargos institucionales, no conocen el mundo donde vive la mayoría de la gente». Lo suscribo y añado que eso pasa casi en todos los partidos. Segunda: «Yo no me emocioné para nada», en contraposición a la emoción que sintió Pere Navarro cuando todo el plenario le ovacionó de pie el domingo; la cara de esta figura emergente del socialismo catalán era un poema cuando describía aquel momento.

He pensado mucho en las palabras, tan críticas y sinceras, de este miembro prominente del PSC. Y he detectado un malestar que ubicaría más allá de las doctrinas y de las pugnas personalistas, en un terreno de profundo desconcierto democrático que, tarde o temprano, llega a toda persona inteligente cuando se mueven muchas cosas a la vez. Bajo estos comentarios de desencanto, me parece que hay una pregunta fundamental que deberíamos hacernos a menudo, para no perder de vista lo que somos y lo que queremos: ¿Qué es un partido político? Se pueden responder muchas cosas, pero conviene no hacerse trampas. Un partido es una herramienta para intentar organizar de manera racional lo que se denomina el interés general o el bien común. Aquí y en cualquier democracia más o menos homologada los partidos son, básicamente, herramientas para gobernarnos. Aunque los militantes, cuadros y dirigentes de todos los partidos consideren que sus organizaciones son también una iglesia, una oficina de colocación laboral, una agencia de relaciones personales y un gabinete de terapia psicológica. Cuando se pierde de vista que un partido no es un fin en sí mismo sino un medio al servicio de la sociedad, queda abierta la puerta de la incompetencia, la endogamia y la corrupción. El valor instrumental de los partidos no los degrada, todo lo contrario: los presenta como aquello que son o deberían ser: mecanismos de gestión de un poder que, para ser justo, tiene que estar bien repartido y equilibrado por varios contrapesos.

El PSOE, como la mayoría de grandes partidos, hace tiempo que ha olvidado que es una herramienta y que esta es su grandeza, en caso de que quiera reivindicarla. Pero no seamos tan cándidos. La cúpula del socialismo español no ha utilizado esta reciente conferencia política para subrayar esta obviedad, sino para darse un baño de patriotismo de partido, un término que significa obediencia ciega al líder de turno y, sobre todo, un esfuerzo titánico para impedir que el que tiene la sartén por el mango la pierda. Así las cosas, Alfredo Pérez Rubalcaba es el demiurgo incombustible de un universo fatigado que necesita evitar todos los agujeros negros para conjurar el cataclismo, un concepto que ahora está de moda entre distinguidos aprendices de Nostradamus.

Si yo fuera español y socialista, mi futuro y mi norte sería Susana Díaz. Tal como suena. Tan divertido como esperar la anestesia antes de que te bajen al quirófano. Esta buena mujer es un ejemplo de libro de profesional del aparato y, como dicta la ley de la supervivencia, ha sabido estar en el lugar adecuado el día que tocaba. He ahí la gracia que la profesora Chacón no acaba de tener. En Catalunya, sabemos perfectamente que este tipo de funcionarios de la máquina pueden llegar muy lejos, aunque no tengan mucho que decir. El secreto radica en un tipo de mando que imita, a escala, el estilo de los faraones. Los que la conocen aseguran que la señora Díaz no es Churchill y ni siquiera González cuando toma la palabra, pero eso es un handicap menor si hay culo de hierro para las reuniones y habilidad para ponerse en el lado del ganador. Además, la estrella ascendente del PSOE ha hecho lo que provoca más adhesiones dentro y fuera de la parroquia: se estrenó como presidenta de la Junta de Andalucía poniendo a los catalanes en el punto de mira, un disco que nunca falla cuando la fiesta decae. Lo que no dan las lecturas ni el talento lo dan la tradición y el instinto de voto.

Las crónicas explican que Rubalcaba tuvo un gran momento cuando dijo del PSOE lo que reproduzco aquí: «Estoy completamente seguro de que no hay nadie, en ningún partido, que tenga tanta pasión por España y por su gente, por los españoles, por sus derechos, por sus lenguas, por su cultura, por su igualdad». Sólo le faltaba el traje de luces. Resulta entrañable que el socialismo español haga bandera de la pasión en estos momentos, y no deja de sorprender. Por dos motivos. Por una parte, las imágenes del último festival socialista transmiten más bien rutina, aburrimiento y lifting de low cost, pero no expresan una gran pasión. Por otra, me había parecido entender que -esta temporada- las emociones estaban prohibidas en política, porque conducían automáticamente al desastre, como se repite diariamente a los soberanistas catalanes. ¿Qué cosas, verdad? Los más sentimentales son los dirigentes del PSOE, es bonito. Todo sea para mantener a punto la herramienta.

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