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Francesc-Marc Álvaro | Banderes i morts
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15 nov 2013 Banderes i morts

Artur Mas, en su reciente viaje oficial a Israel, visitó, el pasado martes, el memorial Yad Vashem, más conocido como Museo del Holocausto, un espacio que impresiona y que invita a reflexionar sobre los efectos devastadores del fanatismo y el odio llevados al límite. En este lugar tan lleno de resonancias, el presidente de Catalunya hizo una ofrenda floral en memoria de las víctimas de la shoah, la destrucción de los judíos de Europa. Era un acto institucional de la primera autoridad catalana impregnado de un fuerte simbolismo, por muchos motivos, entre los cuales no es menor la huella judía en la historia de nuestro país y el hecho de que muchos catalanes que lucharon al lado de la República acabaron asesinados también por los nazis, como documentó la añorada Montserrat Roig en un libro que debería reeditarse con urgencia.

Ha trascendido -Jordi Barbeta lo explicaba ayer en RAC1- que la embajada española en Israel mantuvo una vigilancia obsesiva sobre el protocolo, los símbolos y las banderas en todos los actos protagonizados por Mas. El momento político que vivimos explicaría este exceso de celo de la diplomacia española, pero no es una actitud nueva. Recuerdo el escándalo que montó el embajador español en la todavía unida Checoslovaquia porque los eslovacos recibieron a Jordi Pujol como un verdadero jefe de Estado. Cubrí como periodista aquel viaje y todavía veo la cara enfurecida de aquel diplomático. Con buen criterio, ahora, Mas no quiso poner en evidencia las tiranteces con Madrid y, una vez llegado al Yad Vashem, depositó solemnemente una corona de flores adornada con las banderas catalana y española. No obstante, y para subrayar el sentido del acto, Mas se quitó el escudo de la Generalitat que lucía en la solapa y lo clavó en la bandera catalana de la corona. La sutilidad, a veces, es la única estrategia para enviar ciertos mensajes.

Al saber este episodio, he pensado en la visita que hice, hace unos años, al campo nazi de Mauthausen, donde se calcula que fueron deportados unos 7.000 republicanos españoles, de los cuales quedaban vivos 2.184 cuando las tropas norteamericanas llegaron, el 5 de mayo de 1945. En el pabellón donde están las banderas que representan oficialmente a los prisioneros de todos los países, encontré la bandera republicana española pero no la que hoy es oficial del Estado. No diré que eso me sorprendió, vista la actitud de los gobiernos españoles con los que perdieron la guerra. La tricolor recordaba a los muertos de un país que dejó de existir en 1939. Además, en varios espacios del campo, como la zona de los hornos crematorios, vi banderas catalanas de todos los tamaños, ninguna española. Desconozco si, hoy por hoy, el embajador en Austria ha obligado a quitar la vieja bandera republicana de Mauthausen.

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