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Francesc-Marc Álvaro | Elles no podien votar
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21 nov 2013 Elles no podien votar

Se cumplen ochenta años del día en que todas las mujeres pudieron votar, finalmente, en España. Eso ocurrió en las elecciones generales que se celebraron el 19 de noviembre de 1933. Fue un hito importante que costó incontables esfuerzos y que a menudo -los hombres- dejamos de lado cuando hablamos de la batalla para implantar la democracia y los derechos más elementales. La lucha de las mujeres para alcanzar una igualdad plena -eso hoy todavía es un objetivo pendiente en ciertos ámbitos- debería ser una causa de cualquier ciudadano consciente de que una sociedad es libre y justa cuando no se hacen exclusiones por razón de sexo, color de piel, origen, creencias, etcétera. El día que las mujeres votaron por primera vez, todos fuimos un poco más libres y civilizados. Eso, entonces, no se veía de esta manera. Los prejuicios, las costumbres y los valores reaccionarios -también entre hombres de izquierdas- contaminaban el debate y lo hacían muy difícil.

Josep Lluís Martín Berbois, un joven y muy bien preparado historiador, ha escrito y publicado un libro que recomiendo para comprender que la batalla por el voto femenino no fue un hecho marginal sino un asunto central en la creación de una cultura democrática en las Españas del siglo XX. Su estudio, Ignorades però desitjades. La dona política durant les eleccions de la Segona República a Catalunya, ofrece una explicación clara y muy documentada de un proceso embrollado y apasionante del cual -me parece- hemos hablado poco. Mientras recorremos las peripecias de las mujeres abanderadas del primer movimiento feminista, nos damos cuenta de las debilidades y contradicciones de una etapa que hemos tendido a mitificar.

El periodo republicano representó avances sociales y culturales innegables, pero la lección principal que extraigo de las páginas de Martín Berbois es que una sociedad no se transforma tan rápidamente como se pasa de un régimen a otro; es más fácil hacer caer a un rey que modificar la mentalidad de millones de varones acostumbrados a ver a las mujeres únicamente como esposas, madres y encargadas del hogar. Esta ley vale también para el paso del franquismo a la democracia, dado que escribo este papel el 20 de noviembre: después de Franco, no hubo desfranquización en España ni nada parecido a lo que fue la «desnazificación» que impusieron los aliados en Alemania a partir de 1945. De aquellos polvos, estos lodos, como ha tenido el detalle de recordarnos Aznar al hablar de presidentes encarcelados.

Los políticos republicanos, sobre todo los de partidos de izquierdas, ponían como excusa para frenar el voto femenino el miedo a la manipulación del criterio de muchas mujeres por parte de las derechas y, sobre todo, la Iglesia, que tenía entonces una influencia superior a la de nuestros días. Paradójicamente, Victoria Kent, una de las grandes figuras del feminismo español, quería aplazar este avance porque pensaba que la mayoría de mujeres todavía no estaban preparadas. En cambio, Clara Campoamor consideraba un error de graves consecuencias posponer la cuestión: «Salváis a la República -proclamó-, ayudáis a la República atrayéndonos y sumándonos esa fuerza que espera ansiosa el momento de su redención». Curiosamente, el entonces denominado «problema catalán» penetraba en esta discusión. En el Parlamento español, Lluís Companys soltó el aviso siguiente, que quedó en el diario de sesiones: «Ya sé que toda España no es Catalunya. En Catalunya, el voto de la mujer no perjudicará, sino que será un extraordinario refuerzo para la República española. (Grandes rumores. Un Sr. Diputado: ‘¿O para la República catalana?’)». El nivel y el tono de ciertos argumentos y ataques en contra del voto femenino durante los años treinta recuerdan muchísimo el nivel de ciertas expresiones que actualmente se utilizan para desfigurar y ridiculizar el derecho a decidir de los catalanes.

El resultado de los comicios parecía dar la razón a los progresistas reticentes: las derechas ganaron en Catalunya y el conjunto del Estado. Eso sirvió para que las izquierdas encontraran una cabeza de turco a quien culpar de su derrota, análisis que -por ejemplo- Azaña no compartió. En este sentido, Martín Berbois se suma a las conclusiones de la profesora Mercedes Vilanova: «El comportamiento electoral de la mujer fue similar al del hombre y, por lo mismo, la victoria conservadora se debió tanto al voto del hombre como al de la mujer». En las elecciones de febrero de 1936, el triunfo fue para las izquierdas, en Catalunya y en toda España, lo cual sirvió para entender que el sexo no era un factor que distorsionara las tendencias generales.

Carme Karr, una de las grandes promotoras del protofeminismo catalán de primeros del siglo XX, escritora, activista y política vinculada a la Lliga, fue especialmente lúcida cuando detectó que la base de la emancipación de la mujer era el acceso a la formación y la cultura. Ella denunció abiertamente el tipo de educación rígida de inspiración religiosa que recibían las chicas de las clases acomodadas. Sus ideas chocaban con el contexto biempensante y conservador donde se movía, pero sirvieron para abrir camino a las mujeres que vinieron después. Durante décadas, los hombres afirmaron que ver mujeres votando era «imposible». Otro pronóstico erróneo.

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