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Francesc-Marc Álvaro | A París o a Castelldefels
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29 nov 2013 A París o a Castelldefels

Iremos en tren de Barcelona a París en seis horas y veinticinco minutos. Sensacional. Volveremos a querer ser una capital de Francia en miniatura y reanudaremos la propuesta del president Maragall de ingresar en el club de la francofonía, en homenaje a nuestros abuelos, que nuestros hijos estudian inglés. Emularemos a Rusiñol y a todos los modernistas (y a los noucentistes como Xènius) y tendremos una novia en la ciudad de la luz, como el joven Gaziel, perdido en medio del lío de la Gran Guerra. Tomaremos el aperitivo en Les Deux Magots, como proclama Barbeta, y recorreremos -con spleen- las librerías de viejo en busca de la sombra de los exiliados y de aquel pintor amigo que un día desapareció. París sin avión, a lo grande, y tendremos momentos de recuerdo para el Maurras que fascinó a algunos intelectuales catalanes, y para aquel Joan Estelrich, homenot que sirve tan bien para explicar cuán nobles son los sueños y cuán débiles son las voluntades, a veces. De lejos, Dalí nos mirará mientras duda entre el onanismo previsible y el tirón esclarecedor. Diremos que bebemos absenta pero nos conformaremos con una Coca-Cola cero a la salud de la República.

Iremos a París en tren y será una fiesta (si nos la podemos pagar, que la temporada va flaca) y parecerá que somos amos del mundo. Tener veinte años y llegar a París, decía aquel. Efectivamente, señora baronesa, tenemos uno cuantos más de veinte, pero compraremos el billete con la alegría de saber que un día es un día. Y suerte tendremos de no ir a Valencia o Alicante. Porque ya se sabe que el corredor mediterráneo es un asunto sospechoso, no vaya a pasar que la Moreneta (ocupada ahora en algunas polémicas) y la Geperudeta se unan contra la Almudena y la Cibeles, para poner fin a las castas extractivas del nuevo Madrid financiero, élites de palco y garrotazo a las que tanto deberemos agradecer las clases paganas catalanas por habernos enseñado la vía. Que se empieza transportando naranjas en un tren y se acaba cometiendo delito de sedición o afirmando que Ferran Torrent utiliza la misma lengua de Mossèn Cinto.

Iremos a París, chucu-chucu, en tren, pero ir de Barcelona a Castelldefels, Sitges o Vilanova seguirá siendo una gincana, un susto y una tomadura de pelo. Ahora ya no menciono ni al conseller del ramo, no querría alterar su moderación ejemplar, su profunda conciencia social y su inalterable fe en los frutos del diálogo. Y no querría tampoco que la ministra se enfadara. Me he apuntado a yoga y estoy expulsando todo pensamiento negativo ferroviario, lo cual me ayuda también a encajar con buen humor las huelgas anunciadas o encubiertas de los maquinistas u otros amables profesionales del sector.

Iremos a París, a gastar y copiar, a respirar y olvidar el servicio de cercanías de Renfe.

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