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Francesc-Marc Álvaro | En nom de l’Estat
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23 dic 2013 En nom de l’Estat

El Gobierno del PP tiene una misión complicada: frenar el movimiento soberanista catalán. Para hacerlo, ha preferido el poder condigno -amenaza de la fuerza- al compensatorio -promesa de más competencias y recursos- y no tiene mucha habilidad en la aplicación del poder condicionado, puesto que la sociedad catalana gira alrededor de un consenso muy claro que Madrid no puede alterar: la constatación de que la autonomía se ha desvirtuado y la necesidad de votar sobre el futuro de Catalunya. El sondeo que ayer publicó este diario indica que la hipótesis independentista avanza y se ha convertido en la nueva centralidad. En vez de romper el frente soberanista, las políticas de Madrid no hacen más que cohesionarlo y ensancharlo. El acuerdo transversal sobre la fecha y la pregunta de la consulta certifica esta dinámica.

Así, el desafío catalán no puede separarse de un asunto general español que es la credibilidad de quienes ahora hablan en nombre del Estado y lo gestionan. Después de un registro de 14 horas en la sede del PP y con los casos Bárcenas, Gürtel y Blesa de fondo, la autoridad de Rajoy ante la mayoría de la sociedad (dentro y fuera de Catalunya) es descriptible. A ello tampoco ayuda mucho una gestión comunicativa basada en silencios y televisores de plasma. Es obvio que, en este sentido, el socialista Rubalcaba no presenta credenciales mucho mejores. Esta debilidad de los dos grandes partidos españoles es explotada por la populista Rosa Díez, que se ofrece como salvadora del Estado. Las maniobras de Gallardón para satisfacer a la extrema derecha social a propósito del aborto no compensan la falta de autoridad en la Moncloa.

Si se trata de un choque de credibilidades y no sólo de legitimidades, alguien puede recordar que CiU también está bajo sospecha por algunos casos de corrupción, en especial por el caso Palau. Es cierto. ¿Hasta qué punto ello lastra el proceso soberanista? Aquí hay que distinguir la autoridad de Mas de la de su partido y federación. Mientras CiU acusa el desgaste, el president ha logrado colocar su credibilidad por encima de esta polvareda. A diferencia de Rajoy, ha dado la cara repetidas veces fuera y dentro del Parlament sobre estos asuntos y responde siempre a los periodistas. Además, las graves acusaciones lanzadas contra él durante la última campaña electoral han sido rotundamente desmentidas. No obstante, es indudable que una parte del trasvase de votos de CiU a ERC tiene que ver con la demanda de regeneración democrática.

La actitud personal de Mas ante la corrupción lo aleja de la quema a pesar de las flaquezas de CiU y robustece la causa soberanista. En cambio, las repetidas evasivas de Rajoy sobre los casos en su partido lo convierten en un vendedor poco convincente de la sagrada unidad de España.

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