ajax-loader-2
Francesc-Marc Álvaro | Netedat de mans
4932
post-template-default,single,single-post,postid-4932,single-format-standard,mikado-core-2.0.4,mikado1,ajax_fade,page_not_loaded,,mkd-theme-ver-2.1,vertical_menu_enabled, vertical_menu_width_290,smooth_scroll,side_menu_slide_from_right,wpb-js-composer js-comp-ver-6.0.5,vc_responsive

21 feb 2014 Netedat de mans

Hay metáforas que hacen fortuna. En la convulsa Italia -y perdonen la redundancia- de los años noventa, se dio el nombre de Mani Pulite a una investigación judicial de gran envergadura sobre la corrupción de los partidos, que lideró el juez Antonio di Pietro y que culminó con la refundación de la política italiana para sanar -supuestamente- el cuerpo del Estado, infectado por tangentopoli. Mani Pulite era una imagen de regeneración contra las manos sucias de los que habían convertido el sistema en una cueva de ladrones. Aquella purga bienintencionada impulsada con nobles objetivos acabó favoreciendo el ascenso y consolidación de Berlusconi. En Catalunya, algunos políticos, hace unos años, también coreaban «manos limpias», llevados por una admirable vocación de limpiar a fondo. En otro sentido, muy bien explicado por Sartre en una de sus obras teatrales más conocidas, las manos sucias se relacionan con la forzosa ambigüedad moral de los que buscan el poder y saben que sólo con idealismo nadie se asegura la victoria. El pacto con el diablo, que según Weber implica la tarea política, ensucia las manos y, a veces, también los pies.

El concepto de las manos limpias seduce. Porque promete limpieza, pulcritud, higiene. ¿Quién puede estar en contra de eso? El problema empieza cuando la escoba la exhiben los fanáticos o los cínicos, o aquellos que -con habilidad- mezclan la actitud frenética del fanático y la resistencia impávida del cínico. Todos los enemigos de la democracia tienen, en el interior de su uniforme, esta doble alma del cínico-fanático, lo cual les permite presentarse como salvadores providenciales que persiguen incansables el mal. Lo contrario del cargo corrupto no es el populista que intenta ganar cada día en los tribunales lo que no puede en las urnas, sino el político responsable que evita tejemanejes y zonas de impunidad.

Los nostálgicos de regímenes de triste memoria acostumbran a ser grandes entusiastas de las manos limpias, porque ven en cualquier porquería, verdadera o ficticia, una palanca para crecer. Es una lógica tan vieja como tramposa. Porque es innegable que cualquier dictadura es siempre, por definición, un sistema más corrupto de lo que cualquier democracia pueda llegar a ser. La falta de libertades esenciales y la política del terror permiten todo tipo de corrupciones, que ya no son percibidas como tales. Sólo hay que pensar en el franquismo para certificar que hablamos de realidades históricamente probadas.

Algunos, bajo la bandera de las manos limpias, quieren llenar las prisiones con todos los que consideran enemigos. Pero no son estos farsantes lo que me preocupa. Lo que me inquieta es la suma de voluntades y de intereses que hace posible que tales elementos sean los grandes protagonistas de ahora mismo.

Etiquetas: