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Francesc-Marc Álvaro | Mètode Olivares
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10 mar 2014 Mètode Olivares

El Gobierno ha hecho llegar al Congreso de los Diputados un escrito en contra de que la Cámara Baja ceda a Catalunya las competencias para convocar referéndums. El gesto quiere subrayar la determinación de la Moncloa y frenar las acusaciones de tibieza que se hacen al líder popular desde entornos políticos y mediáticos de una derecha que exige mano dura. Quizás no es casual que esto pase después de que Viviane Reding, vicepresidenta de la Comisión Europea, haya dicho -desde Barcelona- que hay que negociar «con mentalidad abierta y sin líneas rojas».

Si Madrid ha elegido el camino del «no a todo» es porque el pronóstico que se hace del proceso catalán mantiene que, llegado ante la última pared legal, el bloque soberanista se romperá, surgirá el desconcierto y la movilización social perderá impulso. Esta previsión tiene dos puntos débiles: sobrevalora los partidos en el proceso y olvida que la credibilidad del presidente catalán es muy superior a la de la formación que lidera.

Rajoy dispone de muchos informes sobre Catalunya. A veces, sin embargo, el mejor informe de inteligencia duerme en un rincón de biblioteca. Por ejemplo, si yo fuera analista del CNI, haría llegar a la Moncloa un ejemplar de El conde-duque de Olivares. La pasión de mandar, biografía escrita por Gregorio Marañón. La guerra de los Segadors hizo visible una sociedad catalana que no aceptaba el proyecto uniformista impulsado por Olivares, la Unión de Armas, destinado a poner todos los reinos bajo las leyes castellanas. Marañón escribe que el conde-duque tenía una idea equivocada del problema: «Olvidó que era imposible hacer, ni por las buenas ni por las malas, una suma uniforme de dos sustancias -los dos pueblos, Cataluña y Castilla- históricamente reacios a fundirse, aunque sí a mezclarse en un mínimo cordial de afectos y de conveniencias comunes. Y sentía la natural irritación contra los catalanes al verlos rebeldes a sus designios y al sentir humillada su vanidad». Según Marañón, el gran error de Olivares fue «el eterno pecado de la incomprensión por el Gobierno central de la psicología del pueblo catalán y, en consecuencia, la técnica inconveniente con que fue tratado».

Todo lo que subraya Marañón hablando del siglo XVII es de una actualidad aterradora, ley Wert y catalanofobia incluidas: «Hirió hasta la fibra delicadísima del idioma, que para los gobernantes prudentes debiera ser sagrada, llegando a no querer recibir a los catalanes que hablasen su lengua regional. La plebe aplaudía estas torpezas, salvo algún espíritu atrevido, como el de un tal Goicoechea, que fue condenado en Madrid por decir, a voces, que eran los catalanes y no los castellanos los que tenían, en este conflicto, la razón».

El método Olivares fue inútil. Eso lo sabe incluso Durão Barroso, que gracias al conde-duque es hoy portugués y no español.

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