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Francesc-Marc Álvaro | Futbol i paraules
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23 may 2014 Futbol i paraules

No entiendo de fútbol, pero me interesa mucho todo lo que rodea el deporte del balón porque es una de las mejores maneras de captar la sociedad. Ahora, según leo y escucho, la rueda de prensa de Luis Enrique como nuevo entrenador del Barça ha conseguido romper el abatimiento de la afición y ha inoculado una cierta ilusión, incluso entre los comentaristas más escépticos y tristones del universo azulgrana, donde el vaso medio vacío ha tenido históricamente más prestigio que el vaso medio lleno. El asunto me fascina porque, visto fríamente, el técnico asturiano se ha limitado a pronunciar un discurso energético, optimista y con las ideas claras, expresado con un espíritu de lucha y ganas de trabajar. No digo que sea poca cosa: digo que -como pasa a menudo en la política- Luis Enrique ha acertado, sobre todo, el estilo de hacer sus promesas. A partir de ahora, tocará demostrarlo.

Es cierto que el Barça viene de una temporada complicada y errática, y las palabras de Luis Enrique han sido un bálsamo y, a la vez, una pastilla de vitaminas, pero no puedo dejar de sorprenderme del efecto inmediato y casi mágico que tiene decir algo básico con la adecuada entonación. Por ejemplo: «Es clave entrenarse bien. Como te entrenas, llegas a los partidos. El jugador necesita entrenarse bien para competir. Y en eso sí que soy exigente». Los kremlinólogos de Can Barça han interpretado que se trata de un aviso elegante para que el equipo se ponga las pilas y sepa que el nuevo míster no está para bromas. De acuerdo. Pero se trata de un comentario que subraya algo obvio, elemental y lógico, que cualquier deportista de élite sabe o debería saber. ¿Cuál es la novedad? Que, en boca de un Luis Enrique que va a por todas, esta reflexión suena como si hubiéramos dado con la piedra filosofal. Quizás es que, de vez en cuando y en todas las profesiones, hay que refrescar cómo se debe actuar para que los resultados sean buenos. Quizás es que hay que releer las instrucciones.

Que una cosa tan física como el fútbol dependa también de las palabras es un fenómeno que me inquieta, me alegra y que me hace pensar. Hay que marcar goles pero, en primera instancia, nos hacen falta palabras nuevas (o que parezcan nuevas) para levantar la moral y salir del hoyo. Mientras los jugadores se van mentalizando del trabajo que les espera, para los que trabajamos con palabras, este poder inesperado del verbo en entornos tan materiales como el fútbol es una pequeña satisfacción, como lo es constatar que un técnico que quiere triunfar -Luis Enrique ahora o Pep Guardiola antes- debe ser también un eficaz creador de historias que generen interés y parezcan auténticas. Los líderes callados y escondidos (en política, empresa o deporte) no encajan muy bien en este siglo XXI de comunicación constante.

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