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Francesc-Marc Álvaro | Veure com cuinen
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25 jul 2014 Veure com cuinen

La cocina necesita tiempo, aunque también hay una cocina rápida. Los canelones de la abuela no se hacen en cinco minutos y por eso todo el mundo se vuelve loco por probarlos. La cocina que no es puro trámite, necesita tiempo, como la política. Pero hay gente -cada día más- que no lo sabe, de la misma manera que hay personas que desconocen la diferencia entre un plato hecho como es debido y otros alimentos. ¿Y cómo es el tiempo de la política? Un tiempo de maduración. Lo explica bien el filósofo Byung-Chul Han, coreano que escribe y piensa en alemán, en el libro En el enjambre: «La confidencialidad pertenece con necesidad a la comunicación política, es decir, estratégica. Si todo se hace público sin mediación alguna, la política ineludiblemente pierde aliento, actúa a corto plazo y se diluye en pura charlatanería. La transparencia total impone a la comunicación política una temporalidad que hace imposible una planificación lenta, a largo plazo. Ya no es posible dejar que las cosas maduren. El futuro no es la temporalidad de la transparencia. La transparencia está dominada por presencia y presente». El lema de los gobiernos que no quieren ser condenados por el populismo indignado es el de los cocineros que abren nuevos locales: usted puede ver cómo cocinamos mientras come, las paredes son de cristal, no hay nada que esconder.

Pero la política y la cocina necesitan discreción. Y tiempo de reposo y una zona que quede al margen de las ansiedades del consumo inmediato. La enmienda a la totalidad que los nuevos populismos hacen a la democracia representativa se basa en el mito del retorno a una asamblea ideal, abierta y constante, de la cual surgirían de manera pura las decisiones más importantes a plena luz del día. Cualquiera que haya vivido lo que es una asamblea (en una universidad, por ejemplo) sabe que la distancia entre el mito y la realidad es oceánica. Si hay un sistema que es confuso, arbitrario y fácil de manipular es este.

Que las cosas maduren es el secreto de la política, porque quien la hace trabaja con tiempo y voluntades, de la misma manera que el cocinero trabaja con tiempo y fuego. Pero al ciudadano no se le explica bien que la política exige este proceso, que no es nunca lineal y va cargado de obstáculos. Se trata al ciudadano como a un niño. Por eso se acaba presentando como algo normal que una entrevista delicada de alto nivel sea anunciada a bombo y platillo, cuando debería celebrarse lejos de los focos, para abordar una conversación sin censuras. El énfasis en subrayar el día y hora del acontecimiento descubre que el acontecimiento es una carcasa vacía que elude el conflicto que lo genera.

La ansiedad comunicativa, el principio de sospecha y la mala conciencia fabrican rituales sin sabor. Es como cenar en ciertos lugares.

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