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Francesc-Marc Álvaro | Un fantasma sota el llit
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11 dic 2014 Un fantasma sota el llit

Una sociedad que no puede debatir políticamente de manera razonable es una sociedad condenada a hundirse en el fatalismo, la tragedia y el pozo de la historia. La aparición de un experimento político como la nueva formación Podemos puede gustar o puede preocupar, puede generar simpatías o prevenciones, pero merece una discusión adulta y no lo que predomina hoy: ataques furibundos o enaltecimientos fervorosos. Pablo Iglesias debe ser tratado como cualquier dirigente político, ni con más ni con menos severidad. Una reciente entrevista de TVE al líder de Podemos ha puesto en evidencia que hay determinadas actitudes que convierten la democracia española en un espacio de fragilidad extrema, saboteado a menudo por tics impropios de una sociedad abierta. En pocos meses, hemos pasado de ver a Iglesias propulsado por algunas televisiones privadas a verlo torpedeado sin disimulo por la cadena pública estatal. Le están aplicando el esquema que los medios del Madrid oficial utilizan con el soberanismo: en caso de aburrimiento, escriban ETA en un titular.

De Podemos ya expuse mi tesis en estas páginas: a la hora de la verdad, se trata de una versión 2.0 del PSOE de 1982, reformismo regenerador (dentro de un orden) con un cierto envoltorio de revuelta que le permite marcar distancias con los partidos de siempre. Lo que se va sabiendo del programa de Podemos para las generales indica que no vamos desencaminados. La retórica de Iglesias se está suavizando: su oferta subirá si explota el binomio viejo/nuevo más que la oposición derecha/izquierda. Eso coge votantes que provienen de todas las tradiciones. Tengamos en cuenta, por ejemplo, que el máximo dirigente de Podemos se ha definido como «patriota español» y es muy cuidadoso cuando se dirige a los militares y a los miembros de los cuerpos de seguridad del Estado, un talante muy alejado del que siempre ha exhibido IU y no digamos ya ICV-EUiA o la CUP. Una cantera sabrosa de votantes de Iglesias es el funcionariado, castigado por la crisis y enfadado con las élites. En Madrid (y en muchas capitales) hace falta tener a favor a los funcionarios para obtener un buen resultado.

Para las direcciones del PP y del PSOE, Podemos es la bestia que se ha de abatir. Los establecidos ven en este nuevo partido la pieza que trastocará, quizás, todos los equilibrios que durante décadas se han ido construyendo. Trastocar no quiere decir demoler ni destruir. Contra lo que parece, no es la ideología de Podemos lo que pone en guardia a los que viven de la política oficial. Lo que trastorna el sistema es la presencia de un nuevo jugador que quiere sentarse a la mesa donde se hacen las apuestas para controlar los poderes formales y negociar con los poderes económicos este control. Podemos es como el fantasma bajo la cama del que tienen miedo los niños en la oscuridad. El temor proviene más de su presencia intuida que de sus intenciones, cada día que pasa menos contundentes. Iglesias no da miedo por ser criptocomunista, neocastrista o poschavista sino porque no ha surgido de los espacios previsibles y, por lo tanto, desconcierta. Albert Rivera (que también cuenta con la ayuda de numerosas teles) quería imperar con esta magia de outsider, pero se le notan demasiado los padrinazgos del establishment y, encima, tiene el defecto de ser catalán.

No sabremos qué es Podemos hasta que gobierne y, entonces, quizás constataremos que Podemos nunca fue Podemos pero le hicieron la campaña entre unos y otros. Podemos es lo que usted quiera que sea. Para la caverna, es el coco. Para los socialistas, es puro oportunismo.. Para determinados segmentos, es el mensaje que se entiende mejor. Podemos es una cosa en Madrid y quién sabe qué será en Catalunya, sobre todo si quien acaba dando la cara es alguien tan sensible al hecho nacional como Gemma Galdon. Reitero lo dicho: Podemos merece un debate tranquilo, también para poder analizar las recetas de Iglesias sin caer en la caricatura ni la difamación. Quiero poder criticar sus propuestas -populistas o realistas- sin que el ruido de los inquisidores lo tape todo.

Sobre las previsiones de Podemos en Catalunya, circulan dos ideas que no casan mucho: los expertos afirman que no se sabe quiénes votarían a Podemos en unas elecciones al Parlament (plebiscitarias o normales) y, a la vez, ciertos entornos soberanistas colocan este fenómeno en el centro de todas las discusiones sobre estrategias de captación de indecisos, como si los seducidos por Iglesias fueran exactamente el grueso del segmento que le falta a la masa independentista para consolidarse. No sé si eso es tan mecánico y tan inexorable. Hay duda razonable. Sobre todo porque la existencia de la CUP nos da pistas sobre las lealtades y las prioridades de los que, eventualmente, podrían sentirse movidos a tener confianza en la sucursal de Podemos, y siempre en función de qué personas son cabeza de cartel. Quiero decir que Podemos tal vez tendría que ocupar más las cavilaciones de Iceta, Herrera y Rivera (sobre todo de este) que los teoremas neogramscianos de cierto independentismo, que todavía no ha procesado que los Martínez, González, Álvarez o Álvaro no son un cuerpo social que deba ser redimido a partir de subrayar una lucha de clases que los sindicatos de la Seat aparcaron hace muchos días.

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