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Francesc-Marc Álvaro | Mercat de la il.lusió política
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25 dic 2014 Mercat de la il.lusió política

La reciente visita a Barcelona de Pablo Iglesias nos ha recordado que los tics del provincianismo más ridículo también se dan en una sociedad una parte importante de la cual se plantea la posibilidad de un nuevo Estado independiente. De provincianas hay que calificar ciertas expectativas sobre el líder de Podemos, como todo lo que ha rodeado el desembarco oficial de este personaje en nuestro país. Es sintomático que el profeta de la supuesta nueva política vaya acompañado de un séquito que recuerda las Cortes itinerantes de los reyes medievales o los equipos de las grandes estrellas del rock, como pude comprobar el pasado lunes en los estudios de TV3.

El primer tour catalán del político español de moda permite certificar tres aspectos que, poco o mucho, ya habíamos notado: Podemos es un partido de laboratorio muy bien diseñado para rentabilizar a fondo el cabreo, con mensajes que quieren pescar votantes de todas procedencias; Podemos es un artefacto que busca el poder como los que critica, a partir de un discurso que ha pasado de maximalista-rupturista a reformista moderado, con un barniz de radicalismo democrático que, en realidad, no altera nada importante, empezando por la monarquía; y Podemos es una organización sucursalista típica que, bajo la falsa retórica de «la nación de naciones», coloca la voluntad de los catalanes por debajo de un eventual «proceso constituyente español» y se ofrece, por lo tanto, como garantía a los poderes fácticos contra cualquier secesión. La ausencia de banderas en el pabellón de la Vall d’Hebron no es casualidad y responde a la teoría de la ausencia significante. ¿Qué necesidad hay de hacer evidente lo que todos los reunidos consideran normal? Tampoco había banderas españolas en los mítines de aquel González que seducía a muchos catalanes. Todo está inventado.

Ha habido gran unanimidad al analizar el impacto de los sermones de Iglesias entre la tribu catalana: Podemos ofrece una ilusión española en una Catalunya donde, hasta hace pocos meses, sólo circulaba la ilusión de la independencia. Digámoslo rotundamente: España no tenía nada parecido a un proyecto estimulante hasta que este profesor de Políticas se ha sacado del sombrero un conejo que ha espabilado a muchos decepcionados. La España simpática y desacomplejada quiere disputar el mercado de la ilusión al soberanismo que está concretando la desconexión.

El soberanismo era muy feliz cuando tenía el monopolio de la ilusión política en Catalunya y ahora, en cambio, hay demasiados nervios en ambientes convencidos y movilizados porque aparece un nuevo producto que -se dice- puede romper las expectativas de crecimiento y consolidación de la masa social favorable a la independencia. Si acepto este marco nervioso de interpretación, debo hacer una pregunta que no gustará a muchos lectores: ¿tan débil es el soberanismo que podría acabar muriendo a manos de un experimento como Podemos? ¿No habíamos quedado en que la voluntad de crear un Estado independiente es altamente atractiva y puede arrastrar a muchos que, en principio, están lejos del nacionalismo?

Me resulta desconcertante que se haya pasado, en muy poco tiempo, de una confianza total en la victoria a un derrotismo fatalista que considera la aparición de Podemos como la amenaza insalvable. Sin despreciar ninguna dinámica, yo no estoy tan inquieto por el efecto catalán de la gente de Iglesias. Quizás porque antes, cuando tantos me repetían que «tenemos el triunfo cerca», servidor replicaba -lo tengo escrito- que muchos catalanes todavía viven al margen de esta ola. Ni triunfalista ayer ni derrotista hoy. Podemos intenta articular y movilizar una franja de electores que en una muy reducida proporción se sienten atraídos por una Catalunya independiente. Las encuestas -siempre discutibles- indican que los votos hacia Podemos provienen de la abstención, de partidos extraparlamentarios, de ICV, del PSC y de C’s. Muy poco de ERC y de CiU. El último sondeo del CEO señala que, entre los votantes de Podemos, casi un 60% pasó del 9-N, cifra que sube hasta un 80% de no cuando se pregunta si querrían que Catalunya se convirtiera en un Estado independiente.

El terreno que la ilusión independentista se disputa con la ilusión Podemos parece demasiado pequeño como para condicionar la estrategia del soberanismo. Que haya -según el CEO- un 15% de los virtuales votantes de Podemos que aceptan la independencia es un dato que retener, pero no puede ocultar que Iglesias ha dejado claro que quiere crecer en Catalunya demonizando a Mas (como hace el unionismo habitual) y vertiendo sospechas sobre la CUP. Como ha escrito en Vilaweb el profesor Cotarelo desde Madrid, «lo peor es que compare Rajoy con Mas, que muestre un desconocimiento tan grande del apoyo de que disfruta Mas en comparación con Rajoy, al presidente menos valorado de la historia de la democracia. Sobre todo que pase por alto que, mientras Mas corre el riesgo de ser procesado por sus ideas y decisiones como gobernante, Rajoy es quien interfiere sistemáticamente a la justicia para ponerla a su servicio, tanto personal como de partido. Equipararlos es igualar a la víctima con el victimario. Y eso no es justo». Algunos estrategas independentistas deberían tomar nota.

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