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Francesc-Marc Álvaro | La pregunta clau
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05 ene 2015 La pregunta clau

El año pasado, España descubrió que el llamado problema catalán no era nada más que la parte más grave, más embrollada y más dura del problema español. Si la política fuera más lógica que azarosa, este 2015 debería ser el año en que el proceso soberanista se convirtiera, finalmente, en un problema europeo con todas las de la ley. Eso depende, principalmente, de lo que hagan o dejen de hacer los catalanes partidarios de la independencia.

A la práctica, significa que el soberanismo debe utilizar las urnas -todas las elecciones previstas o probables de los próximos meses- para demostrar que tiene el peso y la fuerza que cada Onze de Setembre expresa desde el 2012. Cuando digo todas las elecciones quiero decir que los comicios generales también deberían contribuir a hacer visible -por ejemplo con una candidatura unitaria transversal al Congreso y al Senado, con perdón- que el soberanismo ha cambiado la agenda y que envía sus representantes a Madrid -¿por última vez?- con la voluntad de velar por los intereses de la parte que quiere marcharse.

Ahora nos encontramos en un momento de impasse porque los dirigentes de los dos partidos grandes que han asumido la apuesta soberanista tienen diferencias considerables sobre como concretar la nueva fase de la desconexión. Este parón no se vive bien -como es normal- entre los entornos más movilizados del soberanismo civil, ya lo comentábamos siete días atrás. Dejando de lado -de momento- las causas reales de esta gran dificultad para llegar a un acuerdo, hay que sacar alguna lección del momento, para evitar que los próximos meses el soberanismo sea presa fácil de los nervios, la fatiga y las depresiones ligadas a un exceso de fatalismo. La sobrecarga de pesimismo ambiental puede ser peor que la realidad de unos políticos frenados por las desconfianzas.

Lo que está pasando hoy en Catalunya es un proceso sin precedentes y, aunque lo comparamos con otros casos, todo el mundo sabe que estamos inventando una vía a la soberanía. Vale la pena recordarlo a menudo. Como ha dicho un historiador nada cercano al soberanismo, Catalunya, tarde o temprano, será un Estado independiente, siempre que una mayoría lo quiera. Pero las mayorías no surgen por arte de magia, deben construirse. En este sentido, la pregunta clave, a mi entender, es esta: ¿hasta qué punto la distancia actual entre Mas y Junqueras pone en peligro la construcción de una mayoría social incontestable que haga efectiva la secesión?

El resto de cuestiones me parecen secundarias. Para no caer en el mismo error de algunos teóricos del independentismo que yo critico no diré que sé exactamente a quien quieren votar o dejar de votar determinados barrios y pueblos. Sí puedo asegurar que ninguna causa que pretenda triunfar presenta a su principal valedor institucional como alguien de quien se espera la traición inevitable.

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