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Francesc-Marc Álvaro | Una telesèrie nacionalista
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05 mar 2015 Una telesèrie nacionalista

Imaginen, por favor, que TV3 estrena una teleserie de producción local que combina la historia de Catalunya y la ciencia-ficción, que está muy bien escrita y realizada, que interpretan excelentes y conocidos actores, y que, en el primer capítulo que se emite, la peripecia se centra en el asedio de Barcelona durante 1714, con especial interés en las figuras de Rafael Casanova y Antonio de Villarroel. En el segundo capítulo, la acción de la teleserie tiene lugar en otra época, por ejemplo, en 1229, y los personajes de ficción acompañan al rey Jaume I en la conquista de Mallorca. Imaginen –repito- qué habrían escrito y dicho no pocos periodistas (políticos, sociólogos, historiadores, etc) desde varios medios de Madrid y también algunos de Barcelona: televisión que adoctrina, que hace propaganda secesionista, que difunde mitos nacionalistas… Y añadirían que el asunto es muy grave porque se hace desde un canal público con dinero de todos. Y no descarten que PP y C’s llevaran el caso a la comisión parlamentaria correspondiente para exigir explicaciones a los responsables de la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals. Y los mismos habituales que hacen chistes de mal gusto sobre las piedras del Born mientras callan sobre el Valle de los Caídos (insólito parque temático del franquismo que ningún Gobierno quiere convertir en un lugar que no ofenda la memoria de los que perdieron la guerra) bromearían sobre este producto televisivo. Imaginen, queridos lectores.

Bien, no imaginen tanto. Porque el primer canal de TVE nos ofrece, desde hace dos semanas, una serie de producción española que es un magnífico ejemplo de ficción televisiva nacionalista, titulada El ministerio del tiempo. Obviamente, ni los directivos de TVE, ni los creadores de la serie, ni la mayoría de críticos del ramo, ni buena parte del público que disfruta de este programa aceptará el adjetivo que yo he utilizado. Para ellos esto no es “ficción nacionalista” sino “ficción nacional” y punto. Ningún jorobado se ve su chepa. Si tú divulgas los momentos más importantes de la historia de España en tanto que nación mediante peripecias que hacen las delicias del gran público, tú dirás que te limitas a explicar un patrimonio compartido, no aceptarás que el tuyo es un discurso nacionalista que refuerza la idea oficial de un Estado-una nación. Y tú dirás que yo, que veo nacionalismo español en lo que se ofrece sólo como nacional, soy un enfermo, soy un fanático, soy un retorcido nacionalista –yo sí- que proyecto mis fantasmas de tribu pequeña sobre un producto que no tiene –¡por amor de Dios!- ningún objetivo político. Estamos hablando de nacionalismo banal.

Michael Billig ha estudiado las naciones y los nacionalismos a fondo. Es un prestigioso catedrático inglés que en 1995 publicó la primera versión de su obra de referencia sobre lo que él denomina “nacionalismo banal”. Bajo esta etiqueta encontramos el conjunto de símbolos, hábitos y discursos que de manera cotidiana, mecánica y rutinaria difunde y mantiene cualquier Estado constituido –sobre todo en Occidente- para reforzar la conciencia nacional. Los medios son vehículos importantísimos del nacionalismo banal, empezando por la televisión. Las narrativas de una identidad oficial se generan y se mantienen con toda la potencia de que disponen los organismos estatales. Por otra parte, Billig no niega que las naciones sin Estado como Escocia, Quebec o Catalunya también presentan fenómenos de nacionalismo banal pero hace una distinción esencial: “Aquellos que viven en naciones consolidadas –en el centro de las cosas- son empujados a ver el nacionalismo como propiedad de otros, no de nosotros”. Es decir, el Onze de Setembre es un montaje para lavar cerebros pero el 12 de Octubre y el 6 de Diciembre son momentos para celebrar que somos “libres e iguales”. Es el mismo principio tramposo por el cual yo debo soportar que se me defina como “periodista nacionalista” mientras cualquier colega que argumente a favor de una Catalunya dentro de España (y, de paso, de un Gibraltar español) es sólo «periodista». La diferencia entre nacionalismo con o sin Estado no se puede pasar por alto, porque –como bien remarca Billig- “en el caso de los estados nación occidentales, el nacionalismo banal no puede ser inocente: representa instituciones que poseen vastos arsenales”. Arsenales de todo tipo, también mediáticos y culturales. Y un aviso: “banal no implica benigno”.

Antes de acabar diré que me gusta mucho la serie El ministerio del tiempo, creada por los hermanos Pablo y Javier Olivares. Coincido con todo el mundo que ha destacado su calidad. Es una serie pop que tiene el acierto de teñir de ironía los diálogos de los personajes, capaces de formular una suave critica –patriótica, por supuesto- de la sociedad española. Por debajo de los guiones late un discreto regeneracionismo, que viene a decirnos que –a pesar de los errores- vale la pena ser español. El primer capítulo, sobre la Guerra de la Independencia, y el segundo, sobre la Armada Invencible, dejan claro que los autores han hecho muy bien lo que hace años que hacen los ingleses y los norteamericanos cuando hablan de su pasado. Y han tenido un detalle que no me parece nada casual: el personaje femenino principal es una mujer rebelde, con dotes de liderazgo y catalana.

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