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Francesc-Marc Álvaro | La porta tancada
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27 mar 2015 La porta tancada

No pensaba escribir nada sobre la tragedia del avión que se estrelló el martes por la mañana porque, a menudo, ante este tipo de catástrofes todo parece que ya ha sido dicho y el exceso de opinión puede contribuir al ruido y la confusión, sobre todo si hay más incógnitas que informaciones sólidas. El periodismo ha progresado bastante en el tratamiento de estas situaciones, pero todavía nos cuesta mucho saber qué hacer con la realidad dolorosa cuando sólo tenemos preguntas y las respuestas llegan con cuentagotas o no llegan. El objetivo primero del periodismo -averiguar el qué de un acontecimiento- convive mal con la necesidad de silencio que exige la pérdida de los seres queridos.

No tenía intención -ya digo- de escribir sobre el accidente del vuelo de Germanwings que salió de Barcelona con destino Dusseldorf, pero los hechos que divulgó ayer el fiscal de Marsella encargado de la investigación obligan a pensar la noticia de otro modo, sobre todo porque ya no se trataría de un accidente. A partir de ahora, queremos saberlo todo del copiloto, Andreas G. Lubitz, que habría decidido estrellar el avión contra las montañas, una acción que nos lleva hasta las oscuridades más inquietantes de la condición humana. Dentro de este cuadro, me llama la atención un detalle: una puerta cerrada. Más concretamente, la puerta de la cabina que el copiloto cerró por dentro una vez el comandante, Patrick Sonderheimer, salió para ir, se supone, al lavabo. El copiloto se negó a abrirla cuando el comandante quería volver a entrar. Descartan que Lubitz fuera víctima de un desmayo o un problema similar.

Leo que el presidente de Lufthansa, Carsten Spohr, ha recordado que, después del 11-S, se blindaron las puertas de las cabinas y se adoptaron medidas para evitar «accesos indeseados». El gran miedo era que el terrorista de turno pudiera hacerse con el control del aparato para imitar el ataque a las Torres Gemelas. No obstante, las puertas tienen un código para que se pueda entrar en la cabina en caso de que el piloto que ha quedado solo sufra una situación imprevista. Según Spohr, el otro piloto puede introducir un código ampliado que desbloquea la puerta pero, a su vez, la persona de dentro puede mantenerla cerrada cinco minutos más. Esto es la teoría. El martes, la puerta no se abrió o no se abrió a tiempo para poder corregir la maniobra letal.

El mismo sistema inventado para aumentar la seguridad de los pasajeros ha actuado, esta vez, como el elemento clave que los ha dejado a merced de un suicida/homicida. Lo que nos debía proteger también puede matarnos. Pensábamos que el asesino estaría siempre fuera, pero esta vez se encontraba dentro. La puerta cerrada de la cabina es una fábula estremecedora y absurda sobre el rostro ambiguo de lo que consideramos un mundo seguro.

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