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Francesc-Marc Álvaro | Suposar l’extrem
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13 abr 2015 Suposar l’extrem

Un buen amigo, de los que remueven papeles antiguos, me recuerda uno de los mejores discursos del filósofo y político Ortega y Gasset sobre el Estatuto de autonomía de Catalunya, en los tiempos intensos y esperanzados de la II República española. Es un fragmento de una actualidad espeluznante, como si no hubieran pasado más de ochenta años, como si la guerra, la dictadura y la transición no hubieran tenido lugar.

El pensador acertó a explicar el mecanismo profundo por el cual la relación entre Catalunya y el Estado español parte de un bloqueo insalvable que condena la sociedad catalana a vivir bajo la sospecha y la arbitrariedad: “Supongamos, si no, lo extremo –lo que por cierto estarían dispuestos a hacer, sin más, algunos republicanos de tiro rápido (que los hay, y de una celeridad que les promete el campeonato en cualquiera carrera a pie)-; supongamos lo extremo: que se concediera, que se otorgase a Cataluña absoluta, íntegramente, cuanto los más exacerbados postulan. ¿Habríamos resuelto el problema? En manera alguna; habríamos dejado entonces plenamente satisfecha a Cataluña, pero ipso facto habríamos dejado plenamente, mortalmente insatisfecho al resto del país. El problema renacería de sí mismo, con signo inverso, pero con una cuantía, con una violencia incalculablemente mayor”. Ortega, lúcido patriota, avisa: las concesiones a los catalanes deben ser necesariamente menores y escasas, en caso contrario el problema catalán –que se puede “conllevar»- será el problema español del agravio comparativo. ¿Y qué es lo extremo, para decirlo orteguianamente? No hay que tener imaginación para poner el mejor ejemplo: un nuevo pacto fiscal bilateral. La sociedad española podía –y puede- aceptar la singularidad de Euskadi y Navarra pero nunca nada parecido para Catalunya. Cuando Josep Piqué mandaba el PP de aquí, yo siempre le hacía esta pregunta: ¿Por qué ellos sí y nosotros no? El hombre más inteligente que ha dirigido la sucursal catalana de la derecha centralista no tenía ninguna respuesta convincente.

Venimos de antiguo: 1919 (un proyecto de Estatut que no llegó a votarse en las Cortes), 1932, 1979 y 2006 (un Estatut recortado y vaciado por el TC). Todos los que gobiernan España se saben la ley de Ortega y Gasset: la manta es corta, si cubres los pies de Catalunya, dejas descubierta la cabeza de los demás, y la presión es insoportable. En 1984, Manuel Clavero Arévalo, que había sido ministro con Suárez, hacía un balance sincero en esta línea: “¿Se habría aprobado la Constitución española de 1978 en referéndum si sólo se hubiera reconocido el federalismo o la autonomía para Cataluña y el País Vasco?”

Lo que llevaba la etiqueta de “problema catalán» es hoy otra cosa y tiene unas dimensiones que nadie previó en 1978. Por eso lo quieren frenar a la desesperada, ahora con la fábula de Mohammed Jordi.

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