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Francesc-Marc Álvaro | O Ítaca o el cel d’Iglesias
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14 may 2015 O Ítaca o el cel d’Iglesias

Hace unos meses, entre noviembre y diciembre, en medio de las tiranteces que la consulta del 9-N generó dentro del campo soberanista, se detectó un nerviosismo intenso y mal disimulado en ambientes del independentismo de izquierdas por el crecimiento de Podemos en las encuestas como nuevo fenómeno que, a raíz de los comicios europeos, irrumpió con una fuerza que nadie había previsto. Era un nerviosismo teñido de dos sentimientos contradictorios y complementarios a la vez: envidia y admiración ante un competidor fresco que había venido a romper –como escribí- el confortable monopolio que la estelada tenía de la ilusión política. “Me resulta desconcertante –reflexionaba un servidor en aquel momento- que se haya pasado, en muy poco tiempo, de una confianza total en la victoria a un derrotismo fatalista que considera la aparición de Podemos como la amenaza insalvable. Sin despreciar ninguna dinámica, yo no estoy tan inquieto por el efecto catalán de la gente de Iglesias. Quizás porque antes, cuando tantos me repetían que tenemos el triunfo cerca, servidor replicaba -lo tengo escrito- que muchos catalanes todavía viven al margen de esta ola”.

Todo es muy fluido. Los mismos sondeos que habían certificado que Podemos estaba en disposición de asaltar (y ganar por KO) el cielo del poder ahora detectan que el empuje del partido de Iglesias se estanca o baja. Parece que el invento está lejos de imitar el éxito de la Syriza griega, aunque sus marcas asociadas puedan penetrar en algunos municipios catalanes, especialmente del área metropolitana, donde también tiene grandes expectativas C’s.

Paradójicamente, aquella irrupción de Podemos en medio de la segunda y agónica fase del proceso influyó mucho más en ciertos discursos y posiciones de ERC que en la estrategia de la CUP, aunque parecía –era un espejismo- que los políticos surgidos de la Complutense pretendían articular el mismo espacio que se trabaja el municipalismo independentista y alternativo. En realidad, lo que detectaron los estrategas republicanos es que Podemos iba a pescar, sobre todo, entre los votantes huérfanos de un PSC en fragmentación y caída, lo cual representaba un grave contratiempo para los de Junqueras a la hora de ganar posiciones (animados por el éxito de las europeas) en los consistorios de la zona del país donde menos presencia tienen -el área metropolitana- de la mano de algunos socialistas soberanizados. Esta operación –interesante por lo que podría representar de crecimiento del soberanismo- viene condicionada por un dato no menor: la mayoría de figuras socialistas que van de la mano de ERC no son las que, a priori, conectan más con el votante socialista de lo que antes llamábamos cinturón rojo. Ni Maragall ni Comín son el equivalente de Manuela de Madre o Corbacho.

Fuera como fuera, la posibilidad de que Podemos frenara la extensión de la mancha soberanista en las comarcas de la gran Barcelona sirvió de argumento implícito cuando la dirección republicana y sus entornos descartaron la hoja de ruta que Mas había dado a conocer el 25 de noviembre. La tesis –expresada con más o menos eufemismos- era clara: ERC no podía abonar una lista transversal al lado del partido de los recortes y las corrupciones porque eso era incongruente con la necesidad histórica de que el soberanismo de izquierdas sumara a la causa a la buena gente que durante décadas había confiado en el PSC metropolitano, gente que –además- ahora se podía sentir atraída por las promesas de Iglesias. El exconseller Tresserras escribió esto el 3 de diciembre, después de la conferencia de respuesta de Junqueras al president: “Era un discurso dirigido a la sociedad catalana. Especialmente a la gente de izquierdas, la que mantiene y procura actualizar las prioridades y objetivos tradicionales de las izquierdas: a los que ya están convencidos que la independencia y la construcción del Estado son la gran oportunidad para efectuar las transformaciones sociales pendientes; y a los que desconfían y encuentran desaconsejables determinadas alianzas”. La referencia era indirecta pero no ambigua: ¿quién podía desconfiar y encontrar desaconsejables determinadas alianzas? Entre otros, los que ven a Iglesias como el nuevo González. ERC prometía luchar barrio por barrio para hacer subir a muchos de estos votantes a la barca de Ítaca, para construir “la nueva hegemonía emergente”. Podemos era trendy (¡parecía que aceptaba un referéndum!) mientras CiU tenía todos los males de la vieja política. Xavier Antich analizó perfectamente el lunes cómo ve Podemos el caso catalán: han caído las caretas, es la canción jacobina de siempre.

¿Ha sido inteligente dejar que el factor Podemos haya influido demasiado (a mi parecer) en los planteamientos del soberanismo en general y de ERC en particular? El tiempo lo dirá. De momento, reflexionemos sobre lo que explica el politólogo Jordi Muñoz a partir de las encuestas del CEO: “muy pocos votantes se muestran dispuestos a pasar de un partido soberanista a uno constitucionalista o al revés”. Por lo tanto, las elecciones del 27-S se podrían jugar, sobre todo, en el terreno de la desmovilización de los convencidos contrarios, más que en el de la conversión de los indecisos. Por eso algunos repiten que el soberanismo está desinflado, a ver si cuela.

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