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Francesc-Marc Álvaro | Elogi dels conversos
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30 jul 2015 Elogi dels conversos

Si estamos donde estamos es porque los conversos se cuentan por miles. Conversos al independentismo, quiero decir. Personas que hace cinco o tres años pensaban que la idea de una Catalunya independiente era ocurrencia de radicales y que ahora mismo tienen claro que el 27-S votarán una de las dos listas que propugnan la creación de un Estado catalán tan soberano como hoy pueda serlo España, Dinamarca o Austria. Si el mérito de los independentistas de siempre ha sido normalizar un discurso, el mérito de los neoindependentistas es hacer crecer una nueva mayoría social que ha musculado un proyecto que de lo contrario sería marginal. Sin los unos no habrían llegado los otros. Me cuesta entender que la dirección de ERC no reclame como gran éxito la conversión al independentismo de Artur Mas, como sí lo hace -en cambio- cuando se trata de antiguos dirigentes del PSC. Los republicanos, desde 1989, han tenido la tenacidad de explicar una alternativa que la recentralización impulsada por los gobiernos españoles ha hecho plausible.

Pero el término converso puede tener connotaciones negativas. El peso de la tradición nos marca. Según el María Moliner, converso «se aplica a la persona convertida al cristianismo; particularmente, a los que eran antes musulmanes o judíos». Recuerden que los judíos conversos eran sospechosos de seguir con su antigua fe de forma clandestina. Esta visión turbia del converso ha traspasado al lenguaje político; el que cambia de posición ha de asumir que los otros lo puedan tildar de oportunista, impostor o traidor. Hace poco, el cabeza de lista de Catalunya Sí Que es Pot, Lluís Rabell, calificaba en un tuit Junts pel Sí de «lista de los conversos». Y añadía que «Mas cayó del caballo y es indepe, Romeva ha visto la luz, Junqueras…». Es cierto que Mas y Romeva antes no eran partidarios de la independencia. El candidato de Pablo Iglesias en Catalunya subraya este hecho porque debe pensar que esto puede restar votos a la lista unitaria, lo cual demuestra que no entiende ni la lógica ni la base del nuevo soberanismo: muchísima de la gente que votará Junts pel Sí son tan conversos como lo son el president Mas, Raül Romeva, Germà Bel o Toni Comín, y esta circunstancia facilita una altísima identificación entre votantes y candidatos. Es una ventaja.

La conversión de estos cuatro políticos de ideología bien distinta se ha producido en muy poco tiempo, exactamente al igual que la de la mayoría de ciudadanos que ayer eran autonomistas y ahora quieren un nuevo Estado que no les vaya en contra. Que Junts pel Sí sea también una lista de conversos es uno de sus principales atractivos. El protagonismo del nuevo soberanismo radica también en ser el proyecto que hoy han abrazado muchísimos de los considerados «moderados», clases medias que han dicho «basta». Por cierto, y volviendo a Rabell, es comprensible que alguien que estuvo en las listas de un partido tan peculiar como el PORE vea conversos en todas partes. A veces, los vigilantes de la ortodoxia no saben que están a un paso de ser marcianos.

Una de las cosas que menos entienden los que mandan en Madrid es esta conversión repentina de tanta gente a favor de la independencia. No recuerdan -por ejemplo- que entre 1973 y 1977 las conversiones de franquistas a demócratas fueron espectaculares e imprescindibles para garantizar el éxito de la transición. Pero la Catalunya que querrían no les deja ver la que existe. Primero pensaban que todo era un calentón, después decían que se trataba de un juego táctico de Mas para salvarse y, finalmente, empiezan a darse cuenta de que las cosas van de veras. En ningún pronóstico de los que leían los ­empleados del Estado aparecía que un sector central de la sociedad catalana haría suya una idea que no encajaba con los tópicos de un país alérgico a cualquier situación excepcional. Pero la crisis y la actitud hostil de los gobiernos del PP más la sentencia del TC sobre el Estatut transformaron la mentalidad de miles de mujeres y hombres hasta llevarlos a una conclusión clara: «Tenemos que marcharnos».

Hace pocos días, me invitaron a una cena agradabilísima con un grupo donde predominaban empresarios pequeños y medianos y profesionales de alto nivel. De edades diversas, entre los 40 y los 60 largos. Se trataba de una buena muestra de los conversos que, a pesar de las dudas lógicas que les plantea la desconexión, dijeron y repitieron: «No nos echaremos atrás». Uno notó que integraban -quizás sin saberlo- «una revolución de los que pagamos impuestos» y otro hizo una confesión: «Yo creía en una Catalunya dentro de España pero me he sentido tan despreciado que ya me han perdido». Estos conversos piden, sobre todo a Mas, Junqueras y Romeva, que durante la campaña transmitan confianza y contesten las preguntas que más inquietan sobre pensiones, impuestos, servicios básicos, orden público, posibles boicots a empresas catalanas y pasos que seguir después de los comicios. La mayoría de los presentes a la cena tienen que pagar muchas nóminas a finales de cada mes y saben que el equilibrio entre el riesgo, la ilusión y la seguridad será una de las claves de un buen resultado del soberanismo el 27-S. «Debemos ganar porque si perdemos -dijeron sonriendo algunos de los presentes a modo de despedida- nos aplastarán».

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