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Francesc-Marc Álvaro | Feu cas d’Aznar
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29 oct 2015 Feu cas d’Aznar

Existe una curiosa teoría que se difunde un día sí y otro también según la cual el crecimiento del soberanismo y el proceso catalán tienen como motor y causa principal el deseo de colocar una cortina de humo para ocultar los casos de real o supuesta corrupción que afectan a políticos y entornos nacionalistas, especialmente a Convergència. Esta teoría tiene su versión sofisticada, sin duda mucho más conspirativa: los dirigentes de CDC, con Mas a la cabeza, habrían ideado todo lo que está pasando hoy en Catalunya para evitar ser juzgados por tribunales españoles por el denominado 3%, pues se afirma también que en un eventual Estado catalán esta cuestión quedaría eternamente bajo las alfombras y nadie pediría cuentas de nada. Hay que añadir que, antes de que la federación CiU pusiera punto y final a su existencia, estas curiosas razones incluían automáticamente al partido de Duran Lleida, algo que cesó milagrosamente desde que los democristianos se apearon del proceso.

Desconozco si esta fábula es fruto de la ignorancia sobre la realidad catalana, de un intento deliberado de ocultar los agravios reales que han dado alas al movimiento soberanista o de una mezcla de todo ello. Sea como fuere, la teoría de la cortina de humo no soporta el mínimo contraste con los datos, con la secuencia de hechos y con el sentido común. Si esta peregrina explicación de lo ocurrido desde el 2010 fuera cierta, significaría que Mas, para desviar la atención de los problemas de su partido, habría montado un desafío de dimensiones históricas con el concurso de otros partidos y organizaciones sociales, además de miles de ciudadanos cautivados por una suerte de flautista de Hamelín con estelada. Sería lo nunca visto. Pero sabemos perfectamente que las cosas no han sucedido de este modo.

Vayamos a los hechos. Sabemos que el PP hizo una campaña feroz en toda España contra el Estatut catalán de 2006, explotando el discurso anticatalanista para competir electoralmente con el PSOE. Sabemos que un TC fuertemente partidista vació y recortó un Estatut aprobado por las Cortes y votado, luego, en referéndum. Sabemos que la Administración central postergó, congeló y desatendió varias inversiones en Catalunya, extremo que fue denunciado por actores sociales tan poco sospechosos de secesionismo como Foment del Treball y otras patronales. Sabemos que Rajoy se negó siquiera a explorar la posibilidad de hablar con Mas de un nuevo modelo de financiación.

Y sabemos que el Gobierno popular, los socialistas, las élites económicas y unos medios de comunicación muy beligerantes se han negado a considerar la posibilidad de que la población de Catalunya sea consultada oficialmente sobre su relación con el Estado español, algo que en la sociedad catalana -en cambio- tiene un consenso cercano al 80%.

Sabemos todo eso y, por si fuera poco, podemos echar mano de un argumento de autoridad que es indiscutible -supongo- para quienes consideran que hay que hacer lo que sea para evitar que Catalunya desconecte del Estado. José María Aznar fue de los pocos políticos españoles que anticipó el giro soberanista de CDC y no lo hizo pensando precisamente en la corrupción. Así lo escribió en un libro de 2005, Retratos y perfiles: «A mí me preocupaba la evolución del nacionalismo catalán. En otoño de 2001, durante una conversación en la Moncloa, Pujol me planteó una cuestión sobre los estatutos. Yo aproveché la ocasión para plantearle la alternativa: o Pujol participaba en el Gobierno español, o seguía perdiendo votos a favor de las opciones soberanistas. No quiso contestarme, aunque la respuesta llegó pocos meses después. Era una negativa sin matices. Estoy convencido de que fue un grave error por su parte» (¿) Estando agotada la política de Pujol y cerrado el camino a una colaboración más intensa y profunda con el Gobierno de España, sólo quedaba abierta la vía del soberanismo.» Fue en febrero del 2005 cuando el president Maragall declaró, en el Parlament, que CiU tenía «un problema» llamado 3%.

El que fue líder de la derecha ­española interpreta que la adopción de la meta independentista por parte de CDC nace del agotamiento de un modelo de intervención catalanista en Madrid (conocido como «peix al cove») que llegó a su techo máximo con el pacto del Majestic de 1996, suscrito por CiU i el PP solemnemente. No obstante, Aznar se equivoca en el quien.

Es obvio que no fue Pujol el que orientó el nacionalismo mayoritario hacia el soberanismo, fue su sucesor, Artur Mas. Todavía en el 2013, Aznar sostenía -en el segundo volumen de sus memorias- que la mutación convergente era obra del fundador del partido: «En una conversación con Pujol en la Moncloa en el año 2002 le ofrecí integrarse en el Gobierno. Una oferta que realicé con mayoría absoluta y sin que existiera ningún interés de partido en ello, sino por puro sentido de Estado. La respuesta fue no. ‘A mí -añadió- el pacto constitucional ya no me vale’. Pujol había decidido romper con la Constitución e iniciar una ruta en competencia con la izquierda que para CiU sería suicida: ‘Te equivocas. En una carrera entre radicales siempre ganan los más radicales’, le dije». Me parece que muchos deberían hacer caso de Aznar, para entender mejor por qué un 48% de catalanes quiere hoy la independencia.

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