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Francesc-Marc Álvaro | De Gaziel a KRLS
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14 ene 2016 De Gaziel a KRLS

El nuevo presidente de la Generalitat tenía dos años cuando –en 1964– murió el periodista y escritor Agustí Calvet, más conocido por el seudónimo Gaziel. Carles Puigdemont –que es periodista de profesión– también tiene lo que sería una especie de seudónimo, vinculado a las redes sociales: el nombre de usuario de su cuenta de ­Twitter es @KRLS. ¿Por qué uno el que fue gran director de La Vanguardia y el nuevo Molt Honorable? Puigdemont quiso cerrar su discurso de toma de posesión con una cita de Gaziel, concretamente con la frase “soy falible pero insobornable”, que es un propósito de actuación para unos tiempos que no parecen fáciles. Es una frase que, como recordó el actual director de este periódico, apareció en un artículo de septiembre de 1934.

Conozco poco al nuevo president, pero me consta que descubrió la prosa de Gaziel hace más de treinta y cinco años, una pasión literaria que comparto. Últimamente, se han recuperado y reeditado algunos títulos del autor de Sant Feliu de Guíxols, pero hace unos años éramos cuatro locos –con el profesor Manuel Llanas al frente–los que buscábamos sus obras en librerías de viejo, en medio de una indiferencia clamorosa, como ocurre todavía con otras figuras de nuestra cultura. Por cierto, Puigdemont fue uno de los responsables en Girona del desaparecido Grup Gaziel de Periodistes, una iniciativa que impulsamos un grupo de gente que quería cambiar algunas inercias dentro del gremio.

Más de uno se ha sorprendido que alguien que es independentista desde joven tenga como referente a un escritor que no se declaró nunca separatista y que abogó por la moderación cuando todo el mundo se radicalizaba. A mí, en cambio, la cita de Puigdemont me pareció perfectamente congruente. Porque Agustí Calvet ha sido uno de los hombres que más afinadamente ha pensado sobre Catalunya y los catalanes, un observador honesto y lúcido de la historia, que fue capaz de revisar durante la posguerra muchas de las cosas que había escrito durante los días vertiginosos de la II República. Se piense lo que se piense sobre las relaciones Catalunya-España, Gaziel es un pensador de obligada lectura, que nos pone ante del espejo.

Hay muchos Gaziels y todos merecen atención: el Gaziel que pide una República de todos y saluda el nuevo régimen con lealtad, el Gaziel que critica Cambó y Companys, el Gaziel que hace el relato exacto y severo del 6 de octubre de 1934, el Gaziel que avisa de la Guerra Civil y el Gaziel descarnadamente desengañado de los años cuarenta y cincuenta, sin olvidar el Gaziel joven de las crónicas de la Gran Guerra. Pero Gaziel no fue sólo un espectador. Hace poco, en las páginas de Cultura, dimos noticia de las cartas inéditas que prueban que también hay un Calvet que hizo de mediador entre el Gobierno de la República y el Govern Companys, con motivo de la crisis provocada por la ley de Contratos de Cultivo.

Con todo, es una obviedad que el mundo de los años treinta y el de hoy tienen poco que ver, aunque los fantasmas del pasado tienden a hacerse presentes para generar analogías incómodas. De Calvet a Puigdemont. La comparación en términos sociales, culturales, políticos y tecnológicos entre la vida que vivió Gaziel y la que vive KRLS exige el bisturí. El factor principal que separa ambas épocas es el peso de la violencia en la resolución de los conflictos y en la propia idea del hecho político. Atravesada por violencias de una dureza aterradora, la experiencia de los coetáneos de Gaziel tendía al pesimismo y, a veces, al fatalismo. El ciudadano Calvet era un superviviente que vio derribadas sus nobles ­ideas por la realpolitik de la guerra fría, el drama insoportable de un franquismo apuntalado por las democracias que él admiraba.

En cambio, los coetáneos del ciudadano Puigdemont hemos nacido en una época de crecimiento, optimismo y bienestar. Los babyboomers de esta Europa privilegiada –también los de la España del desarrollismo– no hemos conocido las guerras ni las miserias de nuestros padres y abuelos, hemos constatado la aceleración de un mundo globalizado, hemos macerado nuestra mentalidad en el relativismo posmoderno, hemos asistido a la caída del comunismo y a la emergencia del totalitarismo yihadista, hemos llegado a la edad adulta vigilando que no nos mate el sida cuando pensábamos que nos destruiría la bomba nuclear, hemos aterrizado en la crisis económica, y hemos llegado a la conclusión de que hay que dar contenido nuevo a viejas palabras. Nuestras perplejidades no provienen sólo del fracaso de las utopías sino de la necesidad de pensar de otra manera.

Una vez entendemos que la vida de ­Gaziel y la de KRLS son como de dos planetas distintos, podríamos cantar victoria y celebrar que el progreso nos ha hecho un poco mejores, a pesar de todo. Pero hay problemas que perduran, que parecen impermeables y que vinculan el pasado y el presente de forma diabólica. ¿Qué debe ser Catalunya? ¿Es posible que la ­democracia resuelva lo que ­sólo la democracia puede desencallar? ¿Sabremos ser inteligentes cuando más lo necesitamos?

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