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Francesc-Marc Álvaro | Ni rei ni reina
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29 ene 2016 Ni rei ni reina

Las autoridades municipales de Barcelona han decidido que este año le quitarán protagonismo al rey Carnestoltes y apostarán por una versión femenina del monarca de los locos, la llamada reina Belluga, figura que -se nos dice- ya existía en el XVII. Según leo, detrás de esta decisión hay las buenas intenciones del gobernante: «para reivindicar el olvidado papel de muchas mujeres a lo largo de la historia». ¿Quién puede estar en contra de tan noble aspiración? En esta línea, por ejemplo, la Patum u otras fiestas emblemáticas podrían tener también una justificación ideológica nueva, no vaya a ser que celebremos por celebrar.

Si no existiera un gran miedo a hablar con libertad ante los policías de la corrección política, sería normal recordar que el Carnaval es justamente una fiesta de confusión de sexos y de identidades, porque representa una alteración del orden establecido que no necesita subrayados hiperideológicos porque constituye un sistema contracultural en sí mismo, en relación directa con la represión vinculada a la tradición cristiana, de la que surge. Supongo que es pedir demasiado que estas cosas de cultura general sean consideradas por los funcionarios de la protesta hecha y pagada desde la administración.

Como el equipo de gobierno que promueve este cambio de enfoque del Carnaval responde -dicen- a una innegable orientación progresista, izquierdista, luchadora y próxima a las clases populares, yo me permito sugerir a quien corresponda que, de cara al año próximo, no se queden a medio camino y acaben la tarea que debe hacer un Consistorio que hace gala de una conciencia crítica tan admirable. Lo digo desde la autoridad que me da haber nacido en una de las ciudades más carnavalescas del país, Vilanova i la Geltrú, sea dicho con respeto por los amigos de Sitges y Solsona, entre otras donde lo del disfraz tiene un arraigo acreditado. Me explico.

Lo más progresista de verdad, lo más subversivo y lo más coherente desde una visión verdaderamente radical y transformadora de la realidad (libertaria, para ser exactos) sería decretar la supresión del Carnaval en Barcelona (cuando menos, la eliminación de los saraos promovidos por el Ayuntamiento y sufragados con el presupuesto municipal). Es una obviedad que el Carnaval es, en esencia y desde la óptica anticapitalista y antiburguesa, una fiesta profundamente reaccionaria y clerical, para asegurar el control social mediante la organización temporal del desenfreno. Antes del rigor de la Cuaresma, el pueblo es invitado a soltarse y criticar a los que mandan, para evitar la revolución. Dado que ahora la Cuaresma no tiene el seguimiento de antaño, la solución es más congruente de lo que parece.

Regalo esta idea al equipo de Ada Colau, especialmente a las concejalas de Participación y de Feminismos.

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