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Francesc-Marc Álvaro | Barberá, la pel.lícula
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16 sep 2016 Barberá, la pel.lícula

Parece que Rita Barberá se aferra al poder contra todo y todo el mundo. Salvador Enguix, perfecto conocedor de los laberintos valencianos, nos explicaba ayer que la resistencia de la dirigente popular a dejar el Senado no tiene nada que ver con el dinero. La que fue todopoderosa alcaldesa no quiere perder el aforamiento que va unido a la condición de senadora porque así se ahorrará la vergüenza de entrar en los juzgados de su ciudad y, por otra parte, piensa que se podrá defender mejor en el Supremo. El episodio de Barberá plantándose contra Rajoy y la cúpula del Partido Popular tiene más interés para los psicólogos que para los politólogos.

No cuesta mucho adivinar que Barberá nunca pensó –ni casualmente– que sus cargos eran de naturaleza temporal y caduca. La capacidad de los populares para ir ganando elecciones y la densa red clientelar de los conservadores en Valencia abonaban esta creencia. Supongo que la propia idea de alternancia había desaparecido de cualquier cálculo de futuro de la alcaldesa, de manera que ella, el partido y la institución conformaban un todo aparentemente granítico. Las maneras peculiares que exhibía en el Ayuntamiento indican este convencimiento de que nada ni nadie podría moverle la silla. Era una mujer en un mundo de seguridades aliñado con las vani­dades y prepotencias habituales de quien hace una lectura chapucera, primaria y sectaria de la democracia. No ha sido la primera, no será la última, por supuesto.

El mal de Barberá es el mal de muchos políticos y también el de dirigentes del mundo empresarial, sindical, asociativo, etcétera. Me pregunto si lo que pesa más en quien se eterniza en una responsabilidad de liderazgo es la sed de gloria, la adrenalina de mandar, el miedo al teléfono que no suena, los privilegios y dietas del mando o la pereza terrible de tener que quitarse la máscara que uno ha llevado durante muchos años. Se hacen películas sobre Ada Colau porque está de moda y porque la alcaldesa de Barcelona sintetiza todas las imposturas que nos hacen sentir buenos en medio del cinismo, pero el gran filme político que debe hacerse es sobre Rita Barberá. Los malos siempre son más interesantes que los buenos, es una regla universal. Esta película nos tendría que mostrar –como las series de forenses– qué Rita hay bajo la máscara y de qué manera se construyó su poder. La película tendría toques de Fellini, Berlanga y Coppola, y también algo de telenovela de los setenta, leída en una peluquería remota de cuando la transición eran Guerra y Abril Martorell pactando una Valencia a la medida del PSOE y la UCD. Con los ultras de fondo.

La limitación de mandatos ayudaría –dicen– a prevenir tragicomedias como la de Rita Barberá. En el predio municipal, los partidos no quieren ni hablar ello, saben que un alcalde que dura es como un seguro.

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