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Francesc-Marc Álvaro | Imatge processada
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23 ene 2017 Imatge processada

Hagamos la lista: con presupuestos aprobados, el proceso catalán seguiría, pero sin presupuestos, iríamos directos a elecciones; la ANC ve las movilizaciones de apoyo a Mas el 6 de febrero (cuestionadas por algunos) como una oportunidad para ensayar la capacidad de las bases independentistas de cara a los próximos meses; autoeliminado Puigdemont de la ecuación, el único dirigente institucional del proceso con billete a todas las destinaciones es Junqueras; lo que más teme el dirigente republicano y su entorno es una posible inhabilitación como máximo organizador del referéndum; la batalla para sacar adelante el referéndum incluye movilizaciones populares pacíficas la dimensión y duración de las cuales nadie concreta, pero todos admiten que serían diferentes de las que se han desarrollado cada Diada desde el 2012; los dirigentes independentistas están convencidos de que el electorado los castigará si no cumplen con el compromiso del referéndum y eso condiciona cada paso; el ciclo ascendente de ERC y su liderazgo claro hace pensar a los republicanos que son los mejor situados, a pesar de todo, ante las urnas; los convergentes se dividen entre los que tienen conciencia de la necesidad de pensar con las luces largas (lo que incluye prepararse para estar en la oposición) y los que se pierden en reyertas internas; el nuevo partido de los comunes ve su oportunidad en un escenario donde un eventual parón del proceso y el ascenso de ERC permitan una alianza gubernamental de izquierdas sobre la idea de un independentismo que modifique los ritmos; la presión judicial y punitiva de Madrid irá creciendo y es una incógnita qué reacción provocará eso en la calle y en los foros internacionales.

Por debajo de todo, está la lucha por unas supuestas hegemonías que no es más que la competición para ocupar y/o mantener esferas de poder y de influencia, pase lo que pase. La pregunta del millón aparece de manera natural: ¿quién gestionaría la autonomía después de un hipotético colapso del proceso? Aquí es donde hace falta tener en cuenta los previsibles relatos inculpatorios y exculpatorios que los actores emitan llegado el momento, una narrativa de posguerra que está impactando ya ahora en los mensajes oficiales y oficiosos sobre hojas de ruta, pantallas superadas y el proceso en general. En este sentido, las gesticulaciones más polarizadas sobre la negociación de presupuestos no deberían despistarnos: quien hace exhibición de más silencios es quien está haciendo la apuesta determinante. “No hacer nada da frutos” es un lema de Rajoy que ha encontrado un buen imitador en Catalunya.

El proceso continúa sin un estado mayor identificable y cohesionado. Detrás de las fotos efímeras de la unidad independentista, no es la confianza lo que impera. Ahora bien, como decía aquel, el Estado español siempre ayuda involuntariamente cuando llega la hora.

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