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Francesc-Marc Álvaro | La família Ulises
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17 mar 2017 La família Ulises

El TBO cumple cien años. Este semanario de historietas es uno de los culpables directos de mi afición a la lectura y me consta que somos unos cuantos miles de adultos los que podríamos integrar el club de exalumnos formados en esta escuela impresa de humor y costumbrismo. Yo empecé a leer el TBO a mediados de los setenta, y por influencia de mi hermana mayor, que también lo leía. Mis padres me daban una pequeña asignación semanal, que yo me gastaba íntegramente en varias publicaciones infantiles: dos o tres de Bruguera, alguna de la editorial mexicana Novaro (entre las cuales las aventuras de Tarzán y de Superman, traducidas de los norteamericanos) y, claro está, el TBO. Mi gran momento de alegría era cuando, al volver del quiosco o de la pequeña librería del barrio, me disponía a devorar aquellas páginas de colorines.

Aunque siempre amaré a personajes como Zipi y Zape o Mortadelo y Filemón, debo confesar que en el TBO (el tebeo-tebeo, como lo denominaba el quiosquero) encontraba algo que no era tan evidente en las historietas de Bruguera: un realismo poético que retrataba –me parece– con fidelidad irónica un mundo a merced de trans­formaciones abruptas. Por ejemplo, mientras escribo esto, tengo ante mí un número extra del TBO de 1975, dedicado a “las mejores páginas de turismo”, con una portada de Sirvent que caricaturiza el alud de veraneantes extranjeros. En este sentido, el TBO era un espejo –deformado y surrealista– de una sociedad donde los cambios se digerían de cualquier modo.

Entre los grandes éxitos del TBO, están las peripecias de la familia Ulises, casi siempre en la contraportada. Se trata de una familia de clase media –con una abuela con dotes de creación lingüística que haría las delicias de Màrius Serra– que encarna el choque de la mentalidad pequeñoburguesa con una modernidad que llega tarde y mal al país. Los dibujos de Benejam y los guiones de Joaquim Buïgas y, luego, de Carles Bech muestran con lupa amable las miserias, los sueños y el desconcierto de mucha gente que pensaba ser protagonista de la historia y sólo hacía de figurante. Individuos prisioneros de la inercia.

Quien quizás explicó mejor el envoltorio de este fenómeno fue Víctor Alba, en un libro de 1970 titulado Retorn a Catalunya. Regresado del exilio en 1968, el periodista era implacable con la sociedad que se había encontrado: “En Barcelona, la gente, muy a menudo, da la impresión de tener el provincianismo que tenía en el siglo XIX. En el fondo, la horterada es la manipulación, institucionalizada por la moral y las costumbres y las modas, de los vicios pequeños de la gente, de los vicios monos y monísimos: la envidia, el chisme, el cerebro de pulga, los vestiditos, los restaurantitos y los roscones”. ¿Podemos afirmar que todo eso forma parte del pasado como el añorado TBO?

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