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Francesc-Marc Álvaro | Irreal Catalunya real
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11 abr 2019 Irreal Catalunya real

Hay cosas que vuelven porque nunca se han ido. Por ejemplo, las referencias, más o menos solemnes, a una “Catalu­nya real” que –no se dice explícitamente– sería la opuesta a una Catalunya artificial, inventada, ortopédica o imaginaria. La última persona notable que ha hecho mención pública de ello es Meritxell Batet, ministra y cabeza de lista por Barcelona del PSC en las generales: “La candidatura socialista para las elecciones del 28-A es un ejemplo de la Catalunya real, la comprometida con el progreso social y la convivencia, que es lo que representan nuestras listas”. Batet es una mujer sensata a la que hay que escuchar, pero tiene tendencia a hacer esta distinción. En septiembre del año pasado, ante alcaldes y concejales socialistas, elogió a su partido por ser el de la Catalunya real.

 

¿Hay partidos de la Catalunya irreal? Me parece que no. Incluso los grupos más pequeños del Parlament actual –la CUP y el PP– son expresión clara de una parte del país real, que tiene ciudadanos que piensan y votan cosas muy diferentes. Todo esto es muy obvio. Entonces, ¿por qué tenemos que hablar de ello? Porque la tentación de apropiarse de la realidad para hacer campaña parece más fuerte que la evidencia y la razón. El PSC ha sido y es –ahora menos que hace veinte años– una organización que, desde la centralidad, ha servido para articular políticamente a los catalanes, desde los ayuntamientos hasta el Parlamento Europeo, pasando por todos los niveles. Los socialistas han tenido un papel protagonista en muchos ámbitos y han participado de consensos muy importantes, como los que tienen que ver con la escuela, la lengua, la salud, la policía y los medios públicos. Nadie puede negar estos hechos, por eso no hace falta que desde el mismo socialismo catalán se caiga en una exageración que desenfoca y desfigura la historia. El subrayado de realidad en exclusiva no aporta nada.

 

Seamos adultos, seamos serios. No hay una Catalunya más real que otra. Esta es una simplificación de regusto antiguo y de poco recorrido, que recuerda las viejas pugnas entre la CiU de Pujol y el PSC de Maragall. En la Catalunya del bipartidismo, aquella de los ochenta y noventa, unos y otros pretendían representar el país real más y mejor que el contrincante. Era absurdo, pero esto organizaba el tablero y la lucha de intereses. Más allá de los símbolos, ambas formaciones se repartían el voto y el peso institucional en función del tipo de comicios, y eso generaba centros de gravedad complementarios y unos extraños equilibrios. El resto de los partidos hacía lo que podía, porque convergentes y socialistas tendían a llenarlo todo de manera expansiva y abusiva. Ahora, todo está más repartido.

 

“Catalu­nya real” que –no se dice explícitamente– sería la opuesta a una Catalunya artificial, inventada, ortopédica o imaginaria.

 

Tan real es el votante de ERC como el de Cs, negarlo hace reír. Es real la gente que vota independentismo y la que vota opciones que no quieren cambiar el statu quo o que pretenden reducir todavía más la autonomía. Tan real es la población metropolitana como la que vive en la alta montaña, tan reales son los jóvenes que estudian como los abuelos que pasan horas solos. País real es todo el mundo, quien escucha a Rosalía, Manel o Ràdio Estel. La política (la de los partidos que no quieren deslizarse por el tobogán populista, claro) es un esfuerzo de síntesis que parte de reconocer el papel del otro y su derecho a hablar. Si vamos diciendo que hay una Catalunya más real que otra, estamos sugiriendo que hay, quizá, ciudadanos que son también más reales que otros (con más derecho a ser escuchados que el resto), lo cual nos lleva a un terreno resbaladizo y muy inquietante.

 

Una de las cosas que han pasado en Catalunya en los últimos años es que muchas lealtades políticas, muchas adscripciones ideológicas y muchas bolsas de votos se han transformado de manera extraordinaria. La crisis económica, el procés y el desgaste del sistema for­jado en la transición han impactado sobre las personas y han generado nuevas perspectivas y recomposiciones que conforman un paisaje nuevo. El personal se ha hecho preguntas y, en muchos casos, se ha movido de lugar. El ven­daval ha sido de grandes dimensiones. ¿Un votante socialista que se ha convertido en independentista es más o menos real que un votante socialista que votó Arrimadas el 21-D? Yo conozco de los dos tipos y puedo asegurar que son reales. Como lo son los que se han movido en otras direcciones.

 

La realidad no es estática. Las Catalunyas reales –todas ellas– no se están quietas, viven en el cambio constante. Si cogemos los electorados y los partidos catalanes de hoy y los comparamos con lo que teníamos en 2009 o en 1989 deberemos admitir que, afortunadamente, Catalunya y la realidad nunca se han podido encajonar en un esquema cerrado. Ninguno de los libros de prospectiva que se publicaron hace un cuarto de siglo previeron que nos encontraríamos hoy en la situación –europea, espa­ñola y catalana– que nos toca vivir. El cliché de una pretendida Catalunya real en manos sólo de unos es un material caducado, inexorablemente superado por la velocidad del presente. Todos los partidos son la Catalunya real y todos cuentan.

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